«NO CREO QUE IGLESIAS PIENSE LO QUE DICE O NO ESTARÍA EN EL GOBIERNO»
ElEl caso, señor ministro, es que plantear a estas altura del partido qué es lo que piensa de verdad su compañero de Gabinete, cuánto hay de sinceridad en sus expresiones o cuándo antepone el cálculo político a sus convicciones personales personales no puede conducir más que a la melancolía. Porque con Pablo Iglesias ni siquiera son válidos los viejos manuales que ayudaban a deglutir la dialéctica marxista, hasta dejarla en papilla comestible para el vulgo en general y los compañeros de viaje, en particular. Qué tiempos aquellos, señor ministro, en los que los chicos de la hoz y el martillo, sector maoísta, podían escribir lemas del tipo «contra la mentira imperialista, en Camboya hay un nuevo amanecer», sin que se les cayera la cara de vergüenza. Entonces, por lo menos, sólo trataban de colarnos milongas como las de que el canto de las ametralladoras sobre el muro de Berlín, era eco de libertad y patria socialista, lo que nos tomábamos con una cierta rechifla. Pero ahora, señor ministro, vivimos tiempos de confusión, donde los mismos programas políticos, los mismos fines liberticidas, vienen envueltos en papel de regalo. La mixtificación hecha arte. Hoy, lo que se dijo o lo que se hizo carece de la menor importancia. Menos aún lo que se dice o se hace. Y, sin embargo, tenga usted la absoluta seguridad, señor ministro, de que a su compañero de Gabinete no le gusta el actual sistema político español. Y no porque no sea perfectible, sino porque como ocurre en las democracias representativas, persisten esos incómodos espacios de libertad, esa maldita cuestión de la separación de poderes y esa antipática manía con el respeto al derecho preexistente, que se alzan como obstáculos tozudos a la expresión de la pura voluntad. Y, así, podemos colegir que su compañero de Gabinete no peca de incoherencia manteniéndose en el Gobierno. Todo lo contrario. Lo que le molesta es que algunas cuestiones absolutamente menores a su juicio, como las leyes, la Constitución y la libertad de conciencia le impidan gozar del poder eternamente.