La Razón (Cataluña)

A VER QUÉ VOTO MAÑANA

Hace ya tiempo que dejó de sorprender­se de que la burguesía conservado­ra se arrojara en brazos de los antisistem­a en nombre de la república catalana Y ahí están, en el veto, en el cordón sanitario, en la unidad frente al enemigo a falta de propuestas com

- POR JUAN RAMÓN LUCAS

A Inés los independen­tistas catalanes le recuerdan un poco a aquellos moriscos de la España de la Inquisició­n prestos a mostrarse más fervorosos que nadie, no fuesen a ser tildados –como los judíos– de marranos y verse engrilleta­dos ante el Santo Oficio. Corren por ver quién es el que más se ofende.

Hace ya tiempo que dejó de sorprender­se de que la burguesía conservado­ra se arrojara en brazos de los antisistem­a en nombre de la república catalana. En realidad, la aspiración independen­tista ha sido capaz de apretujar, en una amalgama de confusión política e ideológica difícil de superar, a los neonazis de la afición radical del equipo que es más que un club, y a los salteadore­s de pisos que montan algaradas antifascis­tas rompiendo escaparate­s o crismas de policías, según les pille el día o el objetivo.

Le salió bien la jugada a Mas, los del tres por ciento y quienes sacaron del cajón la bandera indepe y se sumaron a los de toda la vida para abortar las protestas por la crisis económica y no tener que volver a salir del Parlament en helicópter­o. Ella no daba un euro por el éxito de aquella tosca operación. Pero se equivocó. El hábil Pujol, el pragmático que con una mano sostenía mayorías en Madrid y con la otra levantaba por lo bajini un rentabilís­imo negocio familiar, sembró durante años, al amparo de agravios a veces inventados, una suerte de orgullo patrio basado en la afrenta y en la inoculació­n lenta y constante de la idea del catalán laborioso y con ingenio frente al español indolente y sin ideas.

Constatado que había una cosecha que recoger, la elaboració­n del pastiche indepe exigió a la derecha catalana algo más que golpes de pecho frente a los antisistem­a o la izquierda republican­a con pedigrí. Tuvieron que demostrar que eran más independen­tistas que Macià, y pasar a la acción. Luego calcularon mal su intento de volver a «dignificar Cataluña», y terminaron presos o fugados.

Hoy ya no hace falta jugársela. De hecho, a Inés le provoca una sonrisa cómo ante la pregunta concreta de Ana Pastor sobre si declararía la independen­cia en caso de gobernar, la fogosa candidata de la vieja burguesía Laura Borrás, echa tinta de calamar en el debate de La Sexta. No lo va a hacer, ni se va a compromete­r a ello. La segunda línea del frente independen­tista ya ha visto que el Estado de Derecho sabe protegerse, y no van a repetir el mismo error que la vanguardia de líderes que hoy les sirven de excusa para su lucha «fake» por la democracia.

Su estrategia es otra, bastante gastada ya, pero imagina Inés que habrán calculado su eficacia: mantener la unidad de acción buscándose un enemigo común. Un enemigo fuerte y vistoso que le dé lustre a su batalla y sirva de engrudo a la amalgama indepe: el PSC, los socialista­s. Ya lo dijo Borrás, «tenemos una larga experienci­a y somos solventes poniendo vetos». Y ahí están, en el veto, en el cordón sanitario, en la unidad frente al enemigo a falta de propuestas comunes de acción política más allá de la ensoñación independen­tista.

En el sofá, frente a la tele, Inés sigue el debate en La Sexta entre los nueve candidatos, cuando irrumpe de repente en el aire del salón el chasquido metálico del avisador. La niña, que se ha despertado. Mientras se levanta, deja en la pantalla otro momento de agria disputa entre el acordonado Illa y el aspirante Aragonés. Y piensa, camino de la habitación de la pequeña, en qué diablos de coherencia es eso de Esquerra de participar del aislamient­o al partido con el que luego «fas pinya» en el «castell» del gobierno de España, o lo de los puigdemoni­acos que ponen ajos en las ventanas de Cataluña para que no entre el vampiro españolist­a Illa, mientras gobiernan juntos en la dipu tación del Barcelona. Sería creíble la firmeza constituci­onalista del socialismo en Cataluña si no fuera por la obviedad desactivad­ora de que gobiernan en España gracias a los que reniegan de la Constituci­ón.

Cuando Inés regresa al salón con la niña en brazos, el debate ya está terminando. Tiene la sensación de que el independen­tismo ha disimulado bien sus fisuras, aunque vuelve a constatar que son los herederos de aquello que salió de la ruptura de CiU los que más ardor patrio han mostrado en los rifirrafes.

Se teme, mientras fluyen los títulos de crédito del programa, que la voluntaria desactivac­ión de Ciudadanos con la políticas suicidas del último Rivera, las raspas que conseguirá el PP el domingo, la desafinada entrada de Iglesias en campaña, y el disciplina­do cerco indepe al candidato con el que gobiernan en Madrid, no va a propiciar más cambio mensurable que el crecimient­o desaforado e inquietant­e de un partido del talante y las propuestas de Vox, cuyo candidato priorizó en el debate la expulsión de musulmanes. A no ser que se convirtier­an, supone, y lo hagan ver. O que disimulen, como ellos, su afecto a la democracia como hacen los independen­tistas con su forzada unidad estratégic­a.

Con tanta ficción y postureo, a ver qué voto mañana.

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PLATÓN
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