Un sudoku enigmático
Un sudoku, un crucigrama, una partida de ajedrez incluso, evolucionan a veces de forma impensable; lo que parecía recto, de repente se hace sinuoso y la desembocadura sorprende a jugadores avezados. En Cataluña contábamos con un tripartito, al menos desde el glorioso instante en que que los socialistas mandaron a Pablo Iglesias a Lledoners, a negociar con Junqueras. Creíamos firmada la alianza postelectoral entre el PSC y ERC, con los de Podemos. Y súbitamente nos encontramos con el veto de los independentistas al candidato de Sánchez, y las preguntas se multiplican.
¿Se ha roto el pacto muñido por Iceta amorosamente, según el cual Esquerra apoyaba los presupuestos a cambio de un indulto para los presos del procés? Recordemos las arriesgadas declaraciones del candidato bailarín a favor de los prisioneros. ¿O acaso –como sostiene Inés Arrimadas– es más bien que la mentira en política ya es insulto en plena cara y que todos se apoyan mutuamente para fingir que no pactarán cuando han determinado hacerlo?
De veras que el sudoku se ha vuelto endiablado. Yo creía que Illa alzaba la bandera del «pasar página» para, por un lado, conquistar el voto que fuera hace poco de Ciudadanos y recuperar el propio y, a la vez,»tender puentes» con ERC y hacer un bloque fuerte. Ahora la segunda parte parece atascarse.
Sin embargo, ni las encuestas de Tezanos sugieren que en Cataluña pueda gobernar el bloque constitucionalista solo. Salen dos opciones viables en las cuentas electorales: o ERC con Junts per Cat y la CUP o, en efecto, ERC con PSC y los Comunes. Si Junqueras respeta el antipacto contra el PSC –el cordón sanitario– no cabe otra opción que el independentismo a tutiplén.
Si a mí me preguntan, creo que mienten como bellacos. Que las declaraciones de Junqueras buscan sacar el máximo voto nacionalista (despejando la idea de que es un tibio de la DUI) y que, a la vez, ha establecido bajo la mesa que tras las elecciones se hará el tripartito.
Ocurra lo que ocurra, es fundamental votar. Porque los rupturistas van a ir a las urnas a muerte (todo lo hacen con pasión desmesurada y fidelidad perruna) y, en cambio, mucha gente moderada de mediana edad o mayor está asustada por la covid. ¿Se imaginan qué futuro le queda a Cataluña si los votantes del PSC se rilan y el voto al PP o a Ciudadanos escasea? La proporción de voto anticonstitucional barrería cualquier gramo de sensatez. Es lo último que necesita la autonomía, que está económicamente arruinada, agotada por la pandemia y desmoralizada por la rueda sin fin de una política absurda, uncida a una ideología alucinada y desquiciante. Cataluña parece un capítulo de Carpentier. Sólo les faltaba otra DUI, como ha prometido Laura Borras. La candidata de Puigdemont dice que en caso de victoria activará su plan para proclamar la independencia aunque el soberanismo no logre el 50 por 100 de los votos. Le basta –dice– con mayoría absoluta de asientos en el Parlament.
Ocurra lo que ocurra, es fundamental votar. Porque los rupturistas van a ir a las urnas a muerte. Voten, señores catalanes
Voten, señores catalanes, voten como sea. Pónganse tres mascarillas, embadúrnense en gel alcohólico, acudan a mediodía o a horas intempestivas, pero voten o nos esperan horas aciagas con esta gente que busca otra declaración unilateral de independencia, en plena pandemia y en una crisis que no tiene igual desde la guerra civil. Y con Podemos en el Gobierno de la nación. Cuando más sensatez se necesita, cuando a la gente le fallan las fuerzas y las ilusiones brillan por su ausencia, los radicales planean atacar la nave de nuevo. Esto recuerda lo del conde Don Julián. Espero sinceramente que el sudoku se resuelva como anticipamos y no evolucione hacia la sorpresa.