Un libro que asustaría al mismísimo Orwell
La japonesa Yoko Ogawa reviste con el género policiaco una historia trepidante que esconde una reflexión profunda sobre la muerte y la vida
¿Quiénes son la Policía de la Memoria, con sus elegantes uniformes y sus rostros vacíos? ¿A quién informan? ¿Por qué desaparece toda la fruta, o la nieve nunca se derrite, y la naturaleza se somete? ¿Somos, acaso, la Policía de la Memoria y también las víctimas desalgo memoriadas? La extinción en una isla avanza discretamente a medida que se sustraen los recuerdos a la gente. Se verán despojados del concepto de cosas tan cotidianas como los pájaros, las flores o los calendarios y ni siquiera recordarán aquello que perdieron. Habrá quienes podrán escapar a esa extinción, pero, si los agentes los encuentran, los detendrá para conducirlos hasta un paradero desconocido.
R., el editor de nuestra narradora, es una de esas excepciones. Ayudada por su anciano cómplice, construirá una diminuta habitación secreta para ocultarle. Correrán un riesgo terrible, aunque esconden a quien tiene que a ellos les está vetado: memoria. Parece que Ogawa concibió este relato como una forma de mostrar su gratitud hacia una obra que la cautivó en la adolescencia, «El diario de Ana Frank». Aunque caigamos en la tentación de interpretar la novela como una narración policíaca, se trata de una gran joya que interiorizamos como fábula, alegoría, advertencia o texto revelador sobre la muerte. Una exquisita extrañeza literaria que florece muy de tarde en tarde para iluminarnos el camino.
Lo mejor
Es una exquisita obra que nos hace reflexionar sobre el totalitarismo y los ritmos de la vida y la muerte
Lo peor
El placer de leerla no está exento de un terror palpable: se trata de una trágica parábola de nuestro presente