Radiofonista
Hoy, es el Día de la Radio. Hoy, que es el Día de la Radio, vengo a hablarles bien de la Radio a una sección de este periódico que se llama «Televisión». Este va a ser un nuevo ejemplo de cómo hacer las cosas al revés, que es la historia de mi vida. Bueno, miren, hoy es el Día de la Radio, que es algo, para empezar, que me ha dado de comer y que ha librado a los servicios sociales de otra menesterosa por la calle, tirando de un carrito robado del Pryca, rodeada de gatos y agarrada a un tetrabrik de Cumbres de Gredos. La Radio me ha permitido cotizar a la Seguridad Social, ganarme la vida y librarme de tener que ir pegando tirones a los bolsos para poder subsistir. Mejor favor no se puede pedir. Yo llegué a este oficio a través de mi padre, radiofonista de los antiguos: voz varonil, dicción perfecta y lectura de textos sin tropezones. Ganó una oposición en Radio Juventud, germen de Radio Cadena Española, leyendo la séptima copia de un papel escrito a máquina con calco, apenas legible. Así que, aquel aparato grandote con una ruedita que cambiaba las emisoras, era parte de mi paisaje de niñez. Pero yo no quería seguir los pasos de mi padre, qué va, yo quería ser ingeniera o novia de futbolista, así que iba encaminadísima en la vida, todo clarinete. Hasta que llegó la necesidad, pura y dura. Y allá que me fui con mis recién cumplidos dieciséis a un medio que me cambió, que me enseñó a escuchar, a tener un momento de silencio para un desahogo al otro lado, a no impacientarme con las emociones, a poner el hombro y una risa para acompañar, dar calor, estar cerca. A la Radio no le importa si eres guapa, fea, si te faltan dientes o si necesitas cortarte las puntas. Le da igual si tu cintura es la de una hormigonera, si tienes los codos ásperos o si te llegan las ojeras a los pies. A la Radio sólo le importa la gente. Así que, desde aquí, me declaro profundamente Radiofonista. Militante, fan y seguidora. Larga vida a la Radio.