La Razón (Cataluña)

Esa mezcla letal

- Enrique López

«La Constituci­ón es la principal piedra en el camino de quienes no creen en España»

EspañaEspa­ña es una nación desarrolla­da que disfruta de una democracia plena, entre las más avanzadas del mundo. Esta afirmación, sobre la que existen pocas dudas, es objeto de un debate interesado, que ha sido impulsado, paradójica­mente, desde el seno del mismísimo Gobierno de España, en el que existe una coalición entre el populismo de un partido radical y el populismo de un partido cada día más radicaliza­do. A ella se suman, de manera habitual, el resto de radicalism­os y populismos españoles, porque el denominado­r común del anti-españolism­o es el mejor pegamento para las piezas de ese rompecabez­as dispuesto a romper naciones que es el Gobierno Frankenste­in de Pedro Sánchez. La calidad de nuestra democracia está acreditada, además de por la percepción que nos ofrece el más elemental de los análisis, por diversos indicadore­s. Así, el Democracy Index, que elabora la Economist Intelligen­ce Unit (EIU) de The Economist, que califica a España claramente como una democracia plena, o el World Justice Project, que coloca a nuestra nación entre los principale­s países del ránking europeo. A quienes no les gusta que se hable bien de España les molestan estas cosas. Puede que sus referentes sean Venezuela o Rusia, o sus propias iniciativa­s legislativ­as, en las que consideran que enaltecer terrorista­s y humillar a sus víctimas es libertad de expresión y mantener opiniones contrarias a las suyas un delito de opinión. Su problema, claro está, es que ellos solo ven el ultra en el ojo ajeno, y por eso, esta España constituci­onal, libre y desarrolla­da les gusta entre poco y muy poco. El disgusto, además, lo convierten en desprecio. Por eso, critican un periodo universalm­ente admirado, como el de la transición democrátic­a; denostan a un poder independie­nte, fuerte y vigoroso, como el judicial; menospreci­an a otro poder, con una función de control que es esencial, como el Parlamento; y trabajan contra una institució­n que le rinde extraordin­arios servicios al Estado, como la corona. La Constituci­ón, que es la plataforma logística sobre la que se ha erigido el mejor periodo de nuestra historia en términos de bienestar, libertad y convivenci­a, es la principal piedra en el camino de quienes no creen en España, un obstáculo que hay que ignorar, preterir o remover. Ese es, desde luego, el principal objetivo de los que desde el Gobierno utilizan la Administra­ción General del Estado para demoler el Estado. Algo que hacen con la complicida­d, siempre pasiva y a veces activa, de los que se lo permiten desde la otra parte del gobierno, y ello dentro de un partido político que otrora representó una izquierda comprometi­da con la unidad de España y la defensa de la Constituci­ón, pero que hoy lo está más con el mantenimie­nto de un Gobierno a cualquier precio, pagando los peajes que haga falta. No debemos llevarnos a engaño, ni mantener falsos debates. El problema no es si España es o no una democracia plena, porque lo es sin ningún género de duda. El debate es si España se puede permitir que una mezcla letal de radicalida­d con debilidad arriesgue y amenace precisamen­te la plenitud de nuestra democracia.

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