La Razón (Cataluña)

El «viento» de la Tierra que lleva agua hasta la Luna

Los casi 400.000 kilómetros que separan los dos lugares no son suficiente­s para impedir el intercambi­o

- Jordi Pereyra

En la Tierra estamos acostumbra­dos a ver caer agua del cielo porque nuestro planeta tiene una atmósfera en la que el vapor de agua se condensa en forma de nubes cuando se dan las condicione­s adecuadas. Pero, por extraño que parezca, existe otro tipo de «lluvia» que moja la superficie lunar con cantidades minúsculas de agua, aunque no cae en forma de gotas, sino que está hecha de partículas que provienen del Sol y de la Tierra. La posible existencia de agua en la Luna ha estimulado la imaginació­n humana desde la Antigüedad. De hecho, a las grandes manchas oscuras que cubren la superficie de nuestro satélite se les llama «mares» precisamen­te porque nuestros antepasado­s llegaron a pensar que eran océanos.

Hoy sabemos que esas extensione­s de terreno oscuro son planicies volcánicas formadas por la solidifica­ción de grandes cantidades de lava que brotaron sobre la superficie lunar blanquecin­a. Pero eso no significa que no exista agua en la Luna. Precisamen­te hace semanas escribíamo­s sobre unos cráteres de los polos lunares que están sumidos en una oscuridad y un frío que conservan cantidades considerab­les de agua congelada. Por otro lado, un estudio reciente de la NASA reveló que algunas regiones del subsuelo lunar contienen entre 100 y 412 partes por millón de agua (unos 350 mililitros por metro cúbico). Este agua no estaría fluyendo liforma bremente a través del regolito lunar, sino que se trataría de pequeñas gotas encerradas en el interior de los vidrios de impacto que salpican el terreno o en los huecos que existen entre los granos de material lunar.

Sin embargo, también se puede encontrar agua en la Luna en otra más exótica. Nuestra estrella emite una corriente constante de partículas en todas las direccione­s llamada viento solar. Estas partículas son principalm­ente protones individual­es, o, lo que es lo mismo, núcleos de hidrógeno (cada molécula de agua está compuesta por un átomo de oxígeno unido a dos de este elemento).

Defectos minúsculos

Pues, bien, cuando uno de estos núcleos de hidrógeno expulsados por el Sol a gran velocidad choca con la superficie lunar tiene la capacidad de producir defectos minúsculos en la superficie de la roca y combinarse con el oxígeno que está presente en ella formando moléculas de agua o de hidróxido. Es decir, que el «impacto» de las partículas del viento solar va creando pequeñas cantidades de agua en la superficie.

Ahora bien, la formación de agua en la Luna debería detenerse cada vez que nuestro satélite se adentra en el campo magnético estirado de nuestro planeta, ya que esta fuerza debería desviar las partículas cargadas del Sol e impedir que lleguen a la Luna. Por tanto, sin producción de agua nueva, una parte del agua superficia­l de nuestro satélite debería evaporarse. Sin embargo, las mediciones indican que la cantidad de agua de la Luna se mantiene constante durante estos periodos. Eso significa que debe existir una fuente de agua alternativ­a que compensa esa pérdida: la Tierra.

La magnetosfe­ra terrestre también contiene partículas cargadas que han escapado de la atmósfera de nuestro planeta, principalm­ente a través de los polos. Sin embargo, la magnetosfe­ra no contiene solo núcleos de hidrógeno, sino también otros iones de elementos como el helio, el nitrógeno y el oxígeno. Por tanto, cuando la Luna atraviesa la magnetosfe­ra terrestre, nuestro satélite se ve envuelto en un «viento terráqueo» cargado de iones que proceden de nuestra atmósfera. Esta corriente de partículas provenient­es de la Tierra es mucho menos intensa que la del Sol, pero sus partículas abarcan un mayor rango de energías. Es decir, que contiene núcleos de hidrógeno menos energético­s que son atrapados con más facilidad por el material lunar y otros con energías más altas que producen defectos más grandes en la roca y tienen mayor probabilid­ad de quedar atrapados en ella. Y, además, el viento terráqueo contiene iones de oxígeno, otro elemento fundamenta­l para «fabricar» moléculas de agua.

O sea, que, aunque el viento solar deje de producir agua sobre la superficie lunar cuando nuestro satélite atraviesa la magnetosfe­ra de la Tierra, las partículas cargadas del viento terrestre siguen bombardeán­dola y manteniend­o constante el nivel de dicha sustancia. De esta manera, unos átomos originados en nuestra atmósfera acaban recorriend­o casi 400.000 kilómetros a través del espacio e incrustánd­ose en nuestro satélite en forma de agua.

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NASA El viento solar interactúa con el campo magnético terrestre y lo «estira» en dirección opuesta al Sol

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