LA MÚSICA QUE AYUDÓ A ENTENDER LA HISTORIA
tenía acceso a instrumentos que antes estaban restringidos a los salones de la élite».
La educación musical se extendió a las provincias y mantuvo la demanda de instrumentos económicos de fabricación soviética. «Decenas de miles se distribuyeron en pequeñas ciudades y se abrieron fábricas en Siberia, Tyumen y Vladivostok». Esto hizo que el sistema soviético, que adolecía de enormes problemas, «pudiera apuntarse un tanto al aumentar la alfabetización». Un rasgo de la dictadura que, sin embargo, apenas eclipsaba otra realidad: «En los años treinta, el Gulag siberiano se alimentaba con un suministro constante de prisioneros». La URSS caía en una curiosa esquizofrenia: hacía de Siberia un recinto penitenciario y, por otro, «trasladaban profesores de música a lugares como Kamchatka y la isla de Sakhalin para difundir la pasión rusa por este instrumento». Moscú y Leningado «formaban jóvenes de origen campesino y obrero para mandarlos a esos lugares remotos para enseñar».
Una de las peores coyunturas para los pianos fue, curiosamente, con Yeltsin. Sophy Roberts explica el motivo: «A medida que crecían los ricos, los afinadores aprendieron a obtener beneficios arreglando instrumentos viejos y vendiéndolos como un símbolo de estatus. Me encontré con historias de marchantes que pintaban antiguos Bechstein de blanco para adaptarlos a la mansión de un oligarca; otros inventaron historias de viejos nobles para aumentar el valor de un piano en un mercado ingenuo. Rusia estaba aturdida por las oportunidades. Era un país desmoralizado por el fracaso del comunismo: la gente quería creer en una versión más optimista del pasado».
En sus viajes, la autora ha encontrado pianos y ha recuperado las historias que ocultaban su destartalada presencia. Pero entre ellas hay una que le gusta: «La historia de un instrumento implica rastrear su procedencia a través de números de serie y la historia oral de propietarios anteriores. Un ejemplo es el primer piano de Catalina la Grande, un Zumpe de 1774, que encargó en Londres. Durante el ataque nazi, algunos de los mayores tesoros de Rusia, incluido el Zumpe de Catalina, se evacuaron de Moscú y Leningrado a Novisibirsk, la capital de Siberia. El piano estuvo viajando durante dos meses desde Leningrado a Gorki, a Tomsk y luego a Novosibirsk. El destino del tren se revelaba a los guardianes en las estaciones. El Zumpe permaneció en Novosibirsk hasta el final de la guerra, atendido en el Teatro Estatal de Ópera y Ballet de Novosibirsk, a medio terminar. Me emocioné cuando logré reunir esta historia, gracias a la ayuda de los archiveros rusos en el Palacio Pavlovsk en San Petersburgo. La historia de la vida de Zumpe nunca se había contado antes».
Sophy Roberts defiende que «la historia musical de Rusia ofrece una perspectiva profundamente humana sobre eventos que de otro modo serían difíciles de comprender: exilio, guerra civil, revolución, campos de trabajo». Su libro no solo abarca sus travesías por diferentes áreas de Siberia y da cuenta de las gentes que encuentra. También es un repaso por los principales acontecimientos de ese país. «Todos los pianos sobre los que escribo en mi libro tenían una historia humana. Cuando me encontré con estos instrumentos, particularmente con los que son viejos y tenían un sonido pobre, estaba más interesada en lo que significaban para sus propietarios –que los habían adquirido durante esos ciclos de revolución y cambio–, que con estos Steinways modernos que hoy se encuentran en las escuelas de música modernas en las prósperas ciudades del petróleo que hay en el extremo norte de Rusia. Me aferré a un pensamiento poderoso que encontré en el libro “La liebre de ojos ámbar”: “Los objetos siempre se han transportado, vendido, intercambiado, robado, recuperado y perdido. La gente siempre ha dado regalos. Lo que importa es cómo cuentas sus historias”». «LOS ÚLTIMOS PIANOS DE SIBERIA»
Pilar Quintana