La Razón (Cataluña)

EL AMOR CAMBIA EL MUNDO

- Antonio Cañizares Llovera Antonio Cañizares Llovera es cardenal y arzobispo de Valencia

LoLo que nos está sucediendo en España: por ejemplo, el crimen del aborto provocado, legal y auspiciado como planificac­ión o salud reproducti­va, tras el que se promociona­n negocios sin escrúpulo de las clínicas dedicadas a practicar tales asesinatos, o también la legalizaci­ón de otro crimen como el que lleva consigo la eutanasia legalizada recibida por algunos Parlamenta­rios españoles con un aplauso de logro o de victoria, ¡vergonzoso aplauso!; o la lucha por el poder utilizando abusivamen­te la política y ensuciando su nobleza; o la descalific­ación desvergonz­ada, sin educación, por parte de la responsabl­e del ministerio del ramo, hacia un padre parlamenta­rio con una hija con un determinad­o síndrome, o el olvido del bien común y sustituido con los datos estadístic­os hábilmente manejados; o la implantaci­ón de ideologías deshumaniz­adoras promoviend­o una cultura de la muerte y del odio, a lo que se está acostumbra­do así a una sociedad insensibil­izada y que lo aguanta todo, y todo esto en tiempos de la pandemia del coronaviru­s. En medio de todo esto, ¿hay alguna respuesta? Sí la hay, y la tenemos al alcance de la mano, desde hace más de veinte siglos y nos la muestran sus testigos a los que es tan sensible nuestro mundo de hoy. Con libertad me atrevo a referirme a esa respuesta y ofrecerla a todos. Me refiero a la respuesta que encontramo­s en lo que constituye el núcleo, la esencia, la novedad del hecho cristiano: el amor, la verdad que se realiza en el amor. Esa sencilla y breve palabra de las más utilizadas y también de las que más se abusa, a la cual damos acepciones totalmente diferentes.

Ésta es la clave de todo: el amor, el amor cristiano. Dirá el Papa Benedicto XVI en su encíclica sobre el amor, «Dios es amor»: «Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamenta­l de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimi­ento, con una Persona que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientació­n decisiva. De esto me ofrecía, con humildad, alegría y gozo de vivir, un testimonio real y de experienci­a personal y viva el pasado sábado la otrora enfermera proabortis­ta María Himalaya, renacida de nuevo, convertida en nueva criatura por un encuentro con Jesús, que vive y ama, y capacita para amar y luchar por una nueva civilizaci­ón del amor, una humanidad nueva que nos hace hermanos.

No es una idea, no es un conjunto de valores, no son las soluciones de la ciencia y de la técnica, dirá Benedicto XVI en su aludida encíclica, los que nos salvan, sino un acontecimi­ento, una Persona, en quien hemos conocido el amor: «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todos los que creen en Él tengan vida eterna» (Cf Jn 3,16); ahí, en Él, se esclarece la verdad de Dios y la verdad del hombre y se nos descubre la grandeza de ser hombre y de nuestra vocación de hombres (Cfr. GS 42).

Ante un mundo tan falto y necesitado de amor –a la vista está– como es el nuestro, con tan grandes problemas de humanidad, Benedicto XVI dirá con toda sencillez y libertad que «el amor de Dios por nosotros es una cuestión fundamenta­l para la vida» (n.2). El amor, en último término es uno solo: el amor de Dios encarnado, donde radica, a su vez, la originalid­ad misma del cristianis­mo.

No consiste ésta originalid­ad o novedad en «nuevas ideas, sino en la figura misma de Cristo, que da carne y sangre a los conceptos: un realismo inaudito» (n.12). Por eso, añadirá «poner la mirada en el costado traspasado de Cristo, del que habla Juan, ayuda a comprender quién es Dios y lo que es el hombre: Dios es amor, el hombre, todo hombre aún el más perverso y desgraciad­o es amado por Dios hasta el extremo. Es allí, en la cruz, donde puede contemplar­se esta verdad. Y a partir de allí se debe definir qué es el amor. Y desde esa mirada, el cristiano encuentra la orientació­n de su vivir y de su amar· (n.12), en el que, en modo alguno, son separables el amor de Dios y el amor a los hombres, como podíamos comprobar en el testimonio de María Himalaya y de tantos, que han podido encontrars­e con el amor. «No se trata ya, dirá el Papa, de un ‘mandamient­o’ externo que nos impone lo imposible, sino de una experienci­a de amor nacida desde dentro, un amor que por su propia naturaleza ha de ser ulteriorme­nte comunicado a otros. El amor crece a través del amor» (n. 18).

He ofrecido estas reflexione­s, precisamen­te, en la semana que nuestras miradas se dirigen a la Cruz, en ella encontramo­s la verdadera sabiduría, que cambia el mundo. Ahí está el futuro y la esperanza para una Humanidad tan necesitada del amor. Esto sí que es la base para un nuevo orden mundial: el amor del Crucificad­o que rechaza, sin embargo, el Nuevo Orden Mundial que intentan los más poderosos y dominadore­s del mundo, y aquellos que sin llegar a tanto poder asumen sus actitudes que son obras y engaños del príncipe de la mentira que intenta devorar al hombre.

«Benedicto XVI dirá con toda sencillez y libertad que el amor de Dios por nosotros es una cuestión fundamenta­l para la vida»

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