Narcotráfico parlamentario
Hasta el comentarista político más avezado, el corresponsal de guerra más curtido o el testigo impasible acostumbrado a todo, hubiera sentido ayer un estremecimiento en el Parlamento regional de Cataluña al presenciar las miradas de odio que intercambiaban entre sí, en algunos momentos, los representantes de Esquerra Republicana, la CUP y J x Cat. Los supuestos socios y compañeros de ideología nacionalista de Pere Aragonés habían decidido humillarlo y la dureza de la mirada del candidato (asomando acerada por encima de la mascarilla cuando hablaba Eulalia Reguant de la CUP) era tal que el candidato tuvo que pedir un receso porque parecía que iba a reventar por ebullición espontánea.
Sielcaminodelamiradadicemuchosobre los seres humanos, no resultaban menos inquietantes las pupilas desenfrenadas, arrebatadas, apocalípticas, de la representante de la CUP cuando desgranaba uno tras otros los habituales tópicos, ya viejos y obsoletos, sobre supuestos «mayordomos del IBEX 35»; estereotipos en los que probablemente ya solo creen los botarates que tuvieron su mayor momento de gloria hace diez años. Las miradas que se dedicaban los independentistas entre sí eran el escaparate y la muestra más escalofriante de la apología del odio. Por el bien de sus representados, ojalá toda esa corriente de emociones sea mera efusión teatral y no trasladen esas inquinas y humillaciones mutuas a sus seguidores.
Laura Borràs se estrenó como directora de todo este tráfico parlamentario y fue incapaz de detener la demagogia primaria y populista que se obsesiona con esas metáforas de folletín melodramático para paralizar la actividad de gobierno. Borràs condujo el pleno con poca soltura y extrema torpeza: si piensa que ponerse de pie con cartelitos en
Lo que vimos los catalanes no fue una deliberación seria sobre operatividad, sino una dramaturgia de odios familiares
el hemiciclo va a arreglar toda esta situación más allá de añadirle unas simples agujetas sobaqueras a sus señorías es que entonces no es consciente de la mala situación regional. Cuando los independentistas hablan de la corrupción de España deberían apercibirse de que también están hablando de su propia corrupción (moral, ideológica, política). Una corrupción multifactorial que llega a permitir que la CUP, en virtud de la imaginaria patria totalizadora y absoluta, entone loas a la derecha justo después de llenarla de vituperios. Muchos de los problemas que podemos ver en la península ahora mismo están también ya en ese diseño de la supuesta republiqueta regional. Los catalanes que vimos ayer estupefactos el espectáculo de este pleno no visualizamos ningún conflicto con el estado español, sino una lamentable representación dramática entre gentes que se odian a causa de su pelea por el poder en un territorio muy chiquito. Los millonarios de Puigdemont le recordaron a Aragonés que está en sus manos. Diez minutos después de hacerlo, TV3 (su portavoz), en el noticiario principal, decía alegremente a los fieles que no cunda el pánico, que pactarán en unos días. Así, con un par. La voluntad parlamentaria no cuenta; aquí manda TV3 que es la voz del poder local. Pero lo que pasó ayer es un hecho innegable y ante eso no sirve ya el viejo truco del nacionalismo de tratar a los hechos como si fueran opiniones.
Lo que vimos los votantes catalanes no fue una deliberación seria sobre operatividad, sino una dramaturgia de odios familiares que imitaba el lenguaje emotivo, veloz y simplificador de las redes sociales. Esa retórica, llevada a los hemiciclos hace diez años, parecía una novedad. Pero ahora ya solo aburre, Cansa de tal manera esta repetición del día de la marmota, que adormece y anestesia al votante. O sea que, más que tráfico parlamentario, lo que Borràs fue incapaz de gestionar ayer era simplemente narcotráfico parlamentario.