Ni los comunistas se salvan de la «censura cultural»
La sustitución del nombre del colegio francés Louise Aragon por el de una astronauta reabre la polémica
DesdeDesde hace un tiempo lo suficientemente considerable como para ser catalogado de mucho, la sociedad experimenta y sufre las consecuencias de un neologismo. Como si de una opaca salpicadura de chapapote se tratase, la convenida en llamar «cultura de la cancelación» parece seguir empeñada en afearnos nuestras conductas morales pasadas, exigir la prohibición de productos culturales que quedaron obsoletos y propiciar un acercamiento paradójico entre izquierda y derecha cada vez que se anula la validez de las obras de figuras públicas que en su momento reconocieron salivar –e incluso tener la osadía de sentir placer– al comerse un buen filete de ternera, para disgusto y cólera de los amigos «ecofriendly» o que no tuvieron amigos negros durante su infancia. Todo episodio, comentario, actuación o pensamiento llevado a cabo por el escritor de turno, el director de cine, el pintor, el filósofo, el actor o cualqesquiera que sean las diferentes ramificaciones de la creación contemporánea, queda desnudado de su contexto y rechazado escrutadoramente por la mirada del presente. Una mirada, que sin entrar en valoraciones de justicia o entendimiento, resulta incompleta, fragmentaria y en ocasiones incendiaria, porque una cosa es revisionar la Historia y otra cosa muy distinta pretender borrarla.
Así las cosas y después de habernos familiarizado con la reciente censura de Disney, el boicot reiterado a la figura de Woody Allen, la ánima adversión adquirida hacia J. K. Rowling tras sus polémicas declaraciones sobre el colectivo trans o la ridícula exigencia de los agentes la poeta negra Amanda Gorman sobre el color de piel requerido de su traductora, es ahora el pequeño municipio francés de Clichy, ubicado al este de la capital parisina, quien protagoniza su particular jolgorio postmoderno de cancelación. Tal y como anunciaba el pasado martes 18 el consejo municipal del ayuntamiento, la escuela primaria Louis-Aragon, cuyo nombre pertenece a la figura del insigne poeta surrealista y militante comunista, pasará a llamarse Claudie-Haigneré, en honor a la primera mujer astronauta francesa y europea.
Esta decisión, que no ha gustado a todos, especialmente a gran parte de la izquierda, se enmarca dentro de una campaña de reivindicación de la figura de la mujer a través del rebautismo de los nombres de las calles de la ciudad (tan solo el 2% de las calzadas de París tienen nombres femeninos según datos del colectivo impulsor de la iniciativa). En esta ocasión, sin embargo, lejos de focalizar las críticas de la decisión en el cariz necesariamente feminista del cambio, las filas de la oposición –que perdieron la ciudad en el 2015–, tildan la actuación de manipulación política destinada a borrar a Aragón de la historia del municipio. «Eliminar el nombre de una escuela es extremadamente violento, especialmente en una ciudad como Clichy, que ha sufrido tanto el fascismo. Es borrar la historia de la Resistencia encarnada por Aragón», rebatía el concejal municipal Hicham Dad. Al márgen de ideologías, paisajes y paisanajes varios, ¿es esto realmente una cancelación cultural o una mera sustitución innecesaria? Y lo que es más importante aún; ¿qué pensaría de este cambio alguien que escribió que «el futuro del hombre es la mujer?