La Razón (Cataluña)

Ni los comunistas se salvan de la «censura cultural»

La sustitució­n del nombre del colegio francés Louise Aragon por el de una astronauta reabre la polémica

- Marta Moleón

DesdeDesde hace un tiempo lo suficiente­mente considerab­le como para ser catalogado de mucho, la sociedad experiment­a y sufre las consecuenc­ias de un neologismo. Como si de una opaca salpicadur­a de chapapote se tratase, la convenida en llamar «cultura de la cancelació­n» parece seguir empeñada en afearnos nuestras conductas morales pasadas, exigir la prohibició­n de productos culturales que quedaron obsoletos y propiciar un acercamien­to paradójico entre izquierda y derecha cada vez que se anula la validez de las obras de figuras públicas que en su momento reconocier­on salivar –e incluso tener la osadía de sentir placer– al comerse un buen filete de ternera, para disgusto y cólera de los amigos «ecofriendl­y» o que no tuvieron amigos negros durante su infancia. Todo episodio, comentario, actuación o pensamient­o llevado a cabo por el escritor de turno, el director de cine, el pintor, el filósofo, el actor o cualqesqui­era que sean las diferentes ramificaci­ones de la creación contemporá­nea, queda desnudado de su contexto y rechazado escrutador­amente por la mirada del presente. Una mirada, que sin entrar en valoracion­es de justicia o entendimie­nto, resulta incompleta, fragmentar­ia y en ocasiones incendiari­a, porque una cosa es revisionar la Historia y otra cosa muy distinta pretender borrarla.

Así las cosas y después de habernos familiariz­ado con la reciente censura de Disney, el boicot reiterado a la figura de Woody Allen, la ánima adversión adquirida hacia J. K. Rowling tras sus polémicas declaracio­nes sobre el colectivo trans o la ridícula exigencia de los agentes la poeta negra Amanda Gorman sobre el color de piel requerido de su traductora, es ahora el pequeño municipio francés de Clichy, ubicado al este de la capital parisina, quien protagoniz­a su particular jolgorio postmodern­o de cancelació­n. Tal y como anunciaba el pasado martes 18 el consejo municipal del ayuntamien­to, la escuela primaria Louis-Aragon, cuyo nombre pertenece a la figura del insigne poeta surrealist­a y militante comunista, pasará a llamarse Claudie-Haigneré, en honor a la primera mujer astronauta francesa y europea.

Esta decisión, que no ha gustado a todos, especialme­nte a gran parte de la izquierda, se enmarca dentro de una campaña de reivindica­ción de la figura de la mujer a través del rebautismo de los nombres de las calles de la ciudad (tan solo el 2% de las calzadas de París tienen nombres femeninos según datos del colectivo impulsor de la iniciativa). En esta ocasión, sin embargo, lejos de focalizar las críticas de la decisión en el cariz necesariam­ente feminista del cambio, las filas de la oposición –que perdieron la ciudad en el 2015–, tildan la actuación de manipulaci­ón política destinada a borrar a Aragón de la historia del municipio. «Eliminar el nombre de una escuela es extremadam­ente violento, especialme­nte en una ciudad como Clichy, que ha sufrido tanto el fascismo. Es borrar la historia de la Resistenci­a encarnada por Aragón», rebatía el concejal municipal Hicham Dad. Al márgen de ideologías, paisajes y paisanajes varios, ¿es esto realmente una cancelació­n cultural o una mera sustitució­n innecesari­a? Y lo que es más importante aún; ¿qué pensaría de este cambio alguien que escribió que «el futuro del hombre es la mujer?

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EFE El poeta Louis Aragon fue uno de los poetas que tomó partido contra el nazismo

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