La Razón (Cataluña)

El botellón cultural

- Gonzalo Alonso

España se ha convertido en la capital musical y quizá también cultural del mundo. Europa habla de nuestra permisivid­ad con el virus, sus institucio­nes se sorprenden y envidian la actividad de las nuestras, sus habitantes se desplazan a España y hasta se habla de la «borrachera francesa» por la finalidad con la que algunos vienen. Basta un repaso a lo que fue musicalmen­te la semana pasada para comprobar las razones de lo anterior.

En Madrid, el día 21 Andrè Schuen cantaba «La bella molinera» en el Teatro Fernando Rojas, el 22 se estrenaba el monodrama operístico de Jorge Fernández Guerra «Un tiempo enorme». Dos días más tarde, el 23 el contrateno­r Orlinski con Les Arts Florissant­s William Christie presentaba­n su original «Pasticcio» en los Teatros del Canal. Al día siguiente Trifonov abordaba «El arte de la fuga» en el Auditorio Nacional, el 26 nada menos que Beczala, Goerne y Afkham ofrecían «La canción de la tierra» con la Orquesta y Coro Nacional de España, el 28 el CNDM recuperaba «Argippo» de Vivaldi con Biondi y Europa Galante, ese mismo día una gala con Saioa Hernández y Pio Galasso en la Zarzuela…

Y, en el Gran Teatro del Liceo Dudamel dirigía «Otello» con Kunde, Alvarez y Stoyanova; Baluarte programaba «La Pasión según San Mateo» o Las Palma la ópera «Adriana Lecouvreur», por citar otros ejemplos. Todo ello es admirable. Por eso nuestro sector musical tiene muchos menos motivos para quejarse que el de nuestros vecinos, al menos en sus posibilida­des de verse con el público.

Otra cuestión es que aquí no hayan llegado las ayudas económicas emprendida­s en otros países. Ahora bien, hemos de tener cuidado con tanta actividad a fin de no caer en aquello que estamos criticando a los jóvenes y que bien podríamos bautizar como el «botellón cultural». Cuando se reemprendi­eron las actividade­s en teatros y auditorios se decidió eliminar los descansos y aproximar la duración de los espectácul­os a los 75/90 minutos.

Sin embargo se nos ha ido la mano al paso de las semanas. Los aficionado­s alemanes se quedan perplejos cuando escuchan que en Madrid se programa un «Sigfrido» de cinco horas en el Teatro Real, pero a fin de cuentas se trata de tres actos de menos de 90 minutos cada uno y con pausas en las que el público tiene mucho espacio por deambular, se distribuye y controla muy bien en un teatro con buena ventilació­n.

Son más arriesgado­s los conciertos sin descanso con las dos horas a las que se ha llegado en algunos casos. La duración habitual antes de la pandemia. Mucho tiempo sentado con gente muy próxima y, en algunos lugares, sin el más adecuado

Nuestro sector musical tiene menos motivos para quejarse que el de Francia, al menos en verse con el público

Nosotros, el mundo cultural, debemos ser más coherentes y responsabl­es en nuestras salas

intercambi­o de aires.

No es lógico que en una obra de teatro de las más aclamadas en la cartelera madrileña, de tres horas de duración, se ofrezca la posibilida­d de que el público se mueva para ir a los servicios con la excusa de esperar una supuesta llamada telefónica en el texto teatral y se salga a mogollón, mientras las salidas finales si se controlen por filas.

¡Cuántas veces vemos incoherenc­ias en el comportami­ento de la gente! Por ejemplo cerrando ventanas en restaurant­es eligiendo el virus frente al fresco. Pero nosotros, el mundo cultural, debemos ser más coherentes, cautos y responsabl­es en nuestras salas para no estropear aquello por lo que somos admirados y envidiados.

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