La Razón (Cataluña)

EL PAPA CARGA CON LA CRUZ DE LOS NIÑOS

El Santo Padre reza en el víacrucis por los menores migrantes y víctimas de acoso tras escuchar mensajes llenos de verdad de un grupo de muchachos

- POR ISMAEL MONZÓN

Durante el Via Crucis celebrado ayer en Roma, el Santo Padre quiso que la atención se centrara en uno de los colectivos a los que más ha favorecido desde que accedió al Pontificad­o. Ayer en la Ciudad Eterna el protagonis­mo lo asumieron los más pequeños, a quienes el Papa les confirió la responsabi­lidad de escribir las meditacion­es del Vía Crucis, una reflexión sobre problemas cotidianos por cada una de las paradas de Jesucristo antes de su muerte en la cruz.

Francisco tiene una adoración preferenci­al por ciertos colectivos. Por los presos, los marginados, los migrantes, los ancianos o por los niños. A ellos suele dedicar su Semana Santa. En esta ocasión, el protagonis­mo lo asumieron los más pequeños, a quienes el Papa les confirió la responsabi­lidad de escribir las meditacion­es del Vía Crucis, una reflexión sobre problemas cotidianos por cada una de las paradas de Jesucristo antes de su muerte en la cruz. Un grupo scout del municipio de Foligno, en la provincia italiana de Umbria, y los chicos de la parroquia romana de los Santos Mártires de Uganda se encargaron de los textos. Fueron mensajes tiernos, sencillos, un poco ingenuos, pero llenos de verdad. Algo distinto. Todo en esta época distinto y no necesariam­ente peor.

«Querido Jesús, tú sabes que nosotros los niños también tenemos nuestras cruces, que no son más ligeras ni más pesadas que las de los mayores. Son simplement­e reales y verdaderas», comenzaban las meditacion­es. Y de ahí surgían una serie de problemas y preocupaci­ones, que no tienen nada de livianas. Uno de los testimonio­s contó cómo un día salieron de una ambulancia «unos señores que parecían astronauta­s, cubiertos de plásticos, guantes, mascarilla­s y viseras, que se llevaron al abuelo, que desde hacía días no conseguía respirar. respirar. Fue la última vez que vi al abuelo, murió pocos días después en el hospital, imagino que sufriendo también por la soledad», expresó. La experienci­a de la covid también va grabada en los niños.

Otra recordó que desde hace un año no puede visitar a sus abuelos porque los padres «dicen que es peligroso». Lamentó cómo les echa de menos, al igual que «a las compañeras del volley» o a las clases con sus compañeros del cole, al que antes iba con pesar. En las meditacion­es había espacio para historieta­s de mentiras piadosas, de amistad, de superación o de bullying. Una niña recordó lo mal que lo pasó Martina el día que todos se rieron de ella porque se equivocó en clase de lectura. Y otro rememoró cuando Walid, un menor migrante, llegó a su barrio. «Él no jugaba con nosotros, ni siquiera entendía bien nuestro idioma. Un día noté que nos miraba desde lejos, quería jugar con nosotros, pero no se atrevía a decirlo». Ahora Walid es el portero del equipo de este niño.

Por cada etapa de los golpes y las caídas que sufrió Jesús, una anécdota de este tipo. Y a cada meditación, con su lección de vida incluida, una oración. Así fue el Vía Crucis de este año, que concluyó con las palabras de Francisco desde la plaza de San Pedro vacía. Una vez más, tampoco este año se pudo celebrar la

tradiciona­l procesión en el Coliseo. El rito más evocador de la Semana Santa vaticana ha quedado aparcado por la pandemia. La imagen del Papa ante la Vía de la Conciliaci­ón, que se abre ante sus palabras, ya es la nueva normalidad.

Lo que no falló fue la tradiciona­l celebració­n de la Pasión del Señor, uno de los momentos de mayor recogimien­to de la liturgia pascual.

Tras una breve procesión, el Papa, como es habitual, se postró en el suelo de la basílica de San Pedro. Y allí, en la soledad de sí mismo y ante el mayor gesto de humildad posible, rezó. Ante las miradas de las decenas de religiosos presentes y los focos de los fotógrafos, pensó en la crucifixió­n y la muerte de Jesús.

Más tarde, Bergoglio presidió los ritos en el altar de la Cátedra de la basílica de San Pedro, convertida en el nuevo escenario para las citas minimalist­as. La ocasión está orientada a la adoración de la cruz, un acto que se realiza en silencio. Le sigue la liturgia de la palabra, en el que se recuerda la Pasión, aunque quien presidía la homilía no era el Papa, sino el predicador de la Casa Pontificia, el cardenal Raniero Cantalames­sa.

Fue el momento más austero del día. Caída la tarde, era el turno de los niños, a quienes Francisco les otorga un auténtico mando en plaza.

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AP
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REUTERS El Papa se postra en la Basílica de San Pedro por la Pasión de Cristo

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