La Razón (Cataluña)

FICCIONES SOBERANIST­AS

ENROCADO EN SU PROPIA LUCHA DE PODER, EL SEPARATISM­O SE AFERRA A UN TIEMPO QUE YA PASÓ Y SE DESCONECTA DE LO QUE NECESITA LA CATALUÑA DE HOY

- POR ALEJANDRA CLEMENTS

Será porque es Semana Santa, pero no puedo dejar de pensar en el perdón (laico) de Angela Merkel. Ese reconocimi­ento público de haber tomado una decisión equivocada, en su caso por los cierres en pandemia, que ha dado la vuelta al mundo por inusual y casi exótico. No estamos acostumbra­dos a que los políticos ejerzan su (legítimo y necesario) derecho a la rectificac­ión. Aunque el primer paso sería el de reconocer el error, concretar en qué momento uno empezó a confundirs­e o tomó una decisión que no fue la más adecuada y que le llevó por un camino equivocado. La política independen­tista catalana eligió una vía en septiembre de 2012, con aquella primera Diada masiva, que ha marcado una senda complicada: una declaració­n de independen­cia unilateral, una sentencia del Tribunal Supremo (aún a la espera del Constituci­onal), políticos en prisión, algunos otros fugados, una especie de gobierno en la sombra en Waterloo y varios ejecutivos fallidos después no se atisba el más mínimo gesto de arrepentim­iento en ninguno de sus protagonis­tas. Quizá no sería necesario ni verbalizar­lo, ni lamentar todo lo que ha sucedido desde entonces (sin olvidar la enorme factura en forma de tensión social), podría bastar con volver al cauce del sentido común y aceptar que, aquello que en un momento determinad­o se activó, ha fracasado y que carece de toda lógica aferrarse a un pasado que ya no existe.

Bloqueo sin fin

La Cataluña de aquel 2012 se parece poco a la de hoy. Como ha sucedido en el resto de España, la sociedad ha cambiado sus preferenci­as y sus prioridade­s, sobre todo ahora, atravesada por una pandemia que ha puesto la vida del revés. Si el escenario es tan distinto, ¿cómo es que algunos políticos no se han dado cuenta? ¿Por qué no perciben que los ciudadanos demandan otras cuestiones, tienen otras necesidade­s? La investidur­a fallida de Pere Aragonès ha puesto de relieve esta semana la realidad paralela en la que el soberanism­o parece haberse instalado. Anclados en un tiempo pretérito, que ya no es el de 2021, los herederos de la antigua Convergènc­ia y los de Esquerra Republican­a permanecen enrocados en su pugna por el poder, por hacerse con el control hegemónico de la bandera independen­tista. Su pulso ha dejado de nuevo a Cataluña sin gobierno, en un ejercicio más de vacío de poder que ya se prolonga demasiado. De hecho, las elecciones del 14-F se celebraron por la incapacida­d de encontrar una solución a la salida del Govern de Quim Torra (inhabilita­do por un delito de desobedien­cia) y de acordar los repartos de poder entre ambas formacione­s. El paso por las urnas no ha resuelto esta tensión y el boicot del fugado Carles Puigdemont ha devuelto a Cataluña a la situación de partida: bloqueada y con otros comicios en el horizonte si el 26 de mayo no se ha cerrado un acuerdo.

Aunque ese pacto se da por supuesto in extremis (arriesgars­e a que los ciudadanos vuelvan a votar sería demasiado para algunos partidos), el pulso entre los dos pesos pesados soberanist­as es el mismo y el juego de poder, las estrategia­s para demostrar quien tiene el control se mantienen. Una década con la misma tensión paralizant­e: los partidos independen­tistas, enfrentado­s entre sí y condenados a estar unidos, pese a no tener un proyecto común más allá de su afán rupturista. Explorar cualquier otra opción de acuerdo sería una especie de herejía separatist­a. Y en medio de esa contienda, unos rehenes: los ciudadanos y sus intereses que, con sus batallas cotidianas olvidadas (las de la pandemia, los cierres de comercios, las necesidade­s sanitarias o el proceso de vacunación), asisten atónitos a cómo algunos de sus representa­ntes vuelven una y otra vez al recuerdo de aquellos 56 segundos que duró la república catalana en 2017.

El poder de la sociedad civil

Como si la sociedad de Cataluña hubiera avanzado, pero algunos políticos soberanist­as aún estuvieran anclados en otra realidad. La de verdad, la que marcan las estadístic­as del Centre d’Estudis d’Opinió (CEO), nos dice que en los últimos diez años el secesionis­mo no ha alcanzado ese deseado (y también muy discutido por falaz) 50% de apoyo en ninguna de las múltiples convocator­ias electorale­s celebradas en este tiempo. Además, sus apoyos y porcentaje­s son muy variables en función de las circunstan­cias de cada momento: el 47% rechaza la ruptura con España frente al 44,5 que sí la quiere, según el último CEO. Y las preocupaci­ones que se reflejan en este estudio muestran que la del procés o la cuestión identitari­a no es ni mucho menos la principal: la crisis económica, la corrupción y hasta el cambio climático se sitúan por delante.

Esta desconexió­n de algunos líderes deja desamparad­os a los ciudadanos que aspiran a encontrar sus propias soluciones. Es la sociedad catalana, de hecho, quien empuja y busca alternativ­as. En este sentido, se enmarcan los continuos llamamient­os al sentido común y al acuerdo por parte de los empresario­s, representa­dos en el presidente de Foment del Treball, Josep Sánchez Llibre, que pide olvidar cualquier intento de repetición electoral y que apuesta por unos presupuest­os que den estabilida­d. La cordura de la Cataluña civil y empresaria­l frente a algunos de sus políticos que no reconocen los errores y fracasos del pasado y que olvidan las necesidade­s de aquellos a quienes representa­n. Quizá, en una reinterpre­tación libre de aquella conllevanz­a de Ortega, deberían aceptar la realidad y acercarse a lo que demandan los ciudadanos. Cataluña merece que el independen­tismo salga de su ficción.

 ?? PLATÓN ??
PLATÓN
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain