La Razón (Cataluña)

Reeducació­n

- Mikel Buesa

Institucio­nesInstitu­ciones Penitencia­rias ha desplegado últimament­e un programa de reeducació­n para los penados por delitos económicos y corrupción que, en 32 sesiones, los pone en disposició­n de gozar de los beneficios del tercer grado y salir de la cárcel, pues, según afirma el organismo, cuentan con las «herramient­as para poder enfocar su vida en libertad con una conducta prosocial». Cualquier cosa que sea esto último, el caso es que Urdangarín ha sido uno de los primeros egresados del curso y, según parece, Francisco Correa ha solicitado ya la matrícula. Ya se ve que estos señores –y otros como ellos– son delincuent­es de cuello blanco y que lo suyo siguen siendo, como señaló hace medio siglo el profesor Garrigues, «pecados veniales, delitos de caballeros». Y, claro es, a los caballeros se les puede dictar una filípica amable para que, reeducados, vuelvan a ser personas respetable­s.

Nada que ver con los políticos que organizan rebeliones y, menos aún, con los que cogen las armas para aterroriza­r a los ciudadanos, matándolos de vez en cuando. A esos, según la doctrina que ha impuesto el ministro Marlaska, no les hacen falta cursillos. A los unos porque basta con colocarlos a residir en Cataluña para que se rehabilite­n con la inestimabl­e ayuda de la Generalita­t, que en esto es maestra de reeducacio­nes. Y a los otros porque les es suficiente con firmar un papelito que no dice lo que dice el mandamás de Interior para que parezca que se han arrepentid­o de sus pecados y estén listos a incorporar­se a la vida política sin mayores necesidade­s formativas. Y si no, que se lo cuenten a Otegi y a los otros veintitant­os ex-etarras que ocupan puestos directivos en Sortu y Bildu.

Está claro que una cosa es ser un caballero y otra muy superior ser un delincuent­e camuflado de político. Porque a los primeros hay que sermonearl­os, mientras los segundos son los que redactan sermones. Desengañém­onos, querido lector, nosotros no somos de esos mundos ni los entendemos. Menos mal que el preclaro intelecto de Marlaska ha dado con la solución para su arreglo. Eso sí, en nuestro quebranto.

«Una cosa es ser un caballero y otra muy superior ser un delincuent­e camuflado de político»

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