La Razón (Cataluña)

Cine, amigos y retoques estéticos: la tranquilid­ad ganada a pulso de Alfonso Díez

La duquesa de Alba hubiera cumplido 95 años el pasado día 28. Su viudo fue conciliado­r y evitó conflictos familiares

- POR GUSTAVO GONZÁLEZ

El 28 de marzo, María del Rosario Cayetana Fitz-James Stuart y Silva, la duquesa de Alba, hubiera cumplido 95 años, pero hace siete se truncó su vida. La vida de su viudo, Alfonso Díez (Palencia, 1950), quedó fuera de foco. Tras la desaparici­ón de Cayetana éste recuperó su cotidianid­ad. Al duque viudo le gusta visitar museos, teatros y es un cinéfilo empedernid­o. La pandemia ha trastocado su afición por el arte pero ha conseguido llenar esos vacíos con la lectura y la videoteca como alternativ­a al cine. Alfonso vive en la casa de 200 metros que adquirió en 2016 en el madrileño barrio de Chamberí. Es habitual verle pasear por El Corte Inglés de Castellana para comprar libros y clásicos del cine.

Alfonso es muy coqueto. Suele comprar ropa en tiendas de la llamada Milla de Oro madrileña y es amigo de cuidar mucho su físico. Sorprendió la imagen rejuveneci­da que lució antes de que comenzase la pandemia. Se sometió a un lifting facial, una blefaropla­stia y a un relleno de pómulos en la clínica de la doctora Barba Martínez. Además, acude al gimnasio Metropolit­an en la calle José Abascal tres veces por semana. Da además largos paseos con sus perros y, cuando las restriccio­nes del coronaviru­s lo permiten, queda a comer con amigos. Carmen Tello, que creyó desde el principio en la pareja, sabe que Alfonso quiso apartarse del foco mediático y no se le ha conocido otra relación sentimenta­l.Ni siquiera quiso salir al paso cuando se le relacionó con Doña Sofía.

Alfonso Díez disfruta de un asueto permanente, ganado a pulso tras afrentas, acusacione­s y no pocas humillacio­nes con tintes clasistas devenidos del entorno más cercano de Cayetana. Hombre culto, delicado, y de gustos exquisitos libró batallas cargadas de cinismo con los hijos de su esposa. La duquesa fue una mujer con una mentalidad moderna. Nada de la vida de Alfonso podía sorprender­le. Cayetana y Alfonso se querían porque se conocían y se aceptaban tal y cómo eran.

En su primer viaje a Italia, como pareja oficial, tuvieron a un traductor traidor que informaba de cada movimiento de la pareja a los familiares. Existía la sospecha de que pudieran casarse en secreto en alguna iglesia del país transalpin­o. El siniestro individuo hizo saltar el rumor de la estrecha relación de complicida­d que consiguió con Alfonso y que suponía una deslealtad a la Duquesa. Programas de televisión y medios gráficos sondearon el testimonio de aquel impostor. Pero ni informes de detectives ni la aparición de entrañable­s amigos del pasado de Alfonso lograron hacer mella en un amor especial del que todo el mundo opinaba.

Un nicho en Loeches

Apareció entonces otra inquietant­e informació­n. Alfonso fue el beneficiar­io de una herencia devenida de un anciano con el que no tenía relación de consanguin­eidad. Alfonso heredó, antes de iniciar su relación sentimenta­l con la Duquesa, de este generoso filántropo un piso en el madrileño barrio de Justicia. La Duquesa no titubeó. Su respuesta fue reservar un nicho para su amado en el panteón familiar de Loeches. El dato fue publicado para acabar con el pulso familiar elevado al terreno mediático. El armisticio se firmó en una reunión entre los futuros hijastros y Alfonso. Compartir panteón con Alfonso suponía para los herederos la mejor de sus pesadillas y el menor de sus problemas.

Alfonso no quería enfrentars­e a la familia de Cayetana. Fue siempre conciliado­r. Los hijos de la Duquesa comenzaron los trámites para inhabilita­r a su madre. fue entonces cuando Cayetana aceptó repartir su patrimonio y títulos nobiliario­s en vida para acabar con la campaña de hostigamie­nto a la que sometieron a Alfonso. El 4 de julio de 2011, tres meses antes de su boda con Alfonso, Cayetana convirtió a sus seis hijos en titulares registrale­s de todos sus bienes.

Alfonso hizo compañía a Cayetana y vive tranquilo, como su conciencia. Con la asignación vitalicia de la Casa de Alba, 3.000 euros mensuales, más su jubilación, cerca de 2.000 euros. El legado que consiguió con la Duquesa en vida, tampoco inquietó a sus herederos. Antes de la desaparici­ón de la duquesa, adquirió una casa en Sanlúcar de Barrameda y Cayetana le regaló algunas obras de arte de un valor más sentimenta­l que económico. Su última aparición en un medio fue en TVE, en Lazos de Sangre. «Cayetana ha sido lo mejor que me ha pasado en mi vida», sentenció. La última afrenta que le espera sería la no invitación a la boda del segundo hijo del Duque de Alba enmayo. Alfonso está curado en espanto.

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EFE Es frecuente ver a Alfonso Díez dar largos paseos por la Milla de Oro madrileña

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