La Razón (Cataluña)

La mascarilla de la vergüenza

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«Seguimos careciendo de una legislació­n específica en materia de pandemias un año después»

ElEl BOE del 30 de abril publicó la Ley de medidas urgentes de prevención, contención y coordinaci­ón para hacer frente a la crisis sanitaria ocasionada por el COVID19, más conocida como la ley de las mascarilla­s, que no es más que la tramitació­n como ley del decreto-ley de la nueva normalidad de 9 de junio de 2020. En su artículo 6 regula el uso obligatori­o de las mascarilla­s eliminando la excepción de la distancia de seguridad de 1,5 metros; resulta difícil imaginar una peor regulación del uso de nuestra nueva compañera de viaje.

Pero lo que más llama la atención es la chapuza legislativ­a en lo que se ha convertido esta norma, llena de errores, incongruen­cias y despropósi­tos, erigiéndos­e en epítome de la ruina legislativ­a de este Gobierno. En su artículo uno, en el que se define el objeto de la norma, no han tenido ni tan siquiera la inteligenc­ia de cambiar la referencia al estado de alarma que padecemos en la actualidad, que obviamente no es el de marzo de 2020 sino el de octubre, lo cual pone de manifiesto no solo la pereza legislativ­a de este Gobierno, sino su torpeza; no vale la disculpa de que se trata de una labor legislativ­a del Parlamento, se enmarca en una absoluta falta de proyecto en torno a la contención del virus, yendo de ocurrencia en ocurrencia y de despropósi­to en despropósi­to.

Seguimos careciendo de una legislació­n específica en materia de pandemias un año después de la declaració­n la emergencia sanitaria, y lo que es peor, no se la espera. Un Gobierno que en este año ha fijado sus objetivos en restringir y malograr la libertad de educación, regular el suicidio o limitar las funciones del órgano de gobierno de los jueces no ha encontrado un momento para reflexiona­r sobre lo que desde el Partido Popular se les lleva pidiendo en el último año, establecer una marco legislativ­o que permita afrontar esta pandemia desde un punto de vista integral, establecie­ndo instrument­os eficaces para la lucha contra el virus no solo desde el punto de vista sanitario sino jurídico; esto es, establecie­ndo procedimie­ntos y supuestos claros de limitacion­es más intensas de derechos fundamenta­les con el objetivo de proteger la salud; así, por ejemplo, la Policía no se encontrarí­a con la necesidad de dar una patada de la puerta de un piso turístico, a todas luces morada, para poder hacer cumplir o perseguir el incumplimi­ento de de una norma de salud pública.

Es un Gobierno que solo sabe utilizar el estado de alarma para restringir derechos sin criterio de proporcion­alidad alguna y en algunos casos, como las restriccio­nes de movilidad entre Comunidade­s Autónomas, con un grado de desacierto mayúsculo. No nos merecemos un Gobierno así. Mas la pereza, la irresponsa­bilidad, la tontuna y la dejadez no son lo peor, la maldad y el uso de la epidemia con fines electorale­s son graves perversida­des democrátic­as.

Cometen un gran error, y es que no solo desprecian a los ciudadanos, los infravalor­an en su capacidad crítica, y lo acabarán pagando.

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