La Razón (Cataluña)

EL PERSONAJE El juez juzgado

FERNANDO GRANDE-MARLASKA MINISTRO DEL INTERIOR

- POR PILAR FERRER

Ha sido un varapalo de campeonato: «Si tuviera dignidad, dimitiría». Esta frase circula entre los altos mandos de la Guardia Civil sobre la figura de Fernando Grande-Marlaska, ministro del Interior, y la dura sentencia contra su decisión de cesar al coronel Pérez de los Cobos. Un revés judicial sin precedente­s a cargo de la Audiencia Nacional, el mismo organismo donde Marlaska ejerció como magistrado antes de su paso a la política. El revuelo en el seno del Instituto Armado es enorme, máxime al saberse que, según algunas fuentes, la propia Directora del Cuerpo, María Gámez, atribuyó el cese del coronel a La Moncloa. El propio presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, respaldó la decisión de su ministro en una intervenci­ón en el Congreso y la justificó por una especie de limpieza de «policía patriótica». En la Benemérita celebran la sentencia de la Audiencia y exigen el final de purgas o intromisio­nes políticas. El departamen­to de Interior recurrirá la sentencia, pero el coronel Pérez de los Cobos reclama que le repongan en su cargo. Por el momento, Marlaska guarda silencio y Moncloa le sostiene hasta que el veredicto sea declarado firme por la Sala de lo Contencios­o-Administra­tivo del mismo tribunal.

Ironías del destino, Marlaska ha pasado de ser un juez juzgador, a ser juzgado. El PP, Ciudadanos y Vox exigen de inmediato su dimisión, e incluso el partido de Santiago Abascal va más allá al presentar una querella contra el ministro ante el Tribunal Supremo por obstrucció­n a la justicia y prevaricac­ión. Algo muy duro para quien durante muchos años fue un magistrado de prestigio, azote del nacionalis­mo y el terrorismo etarra. ¿Cómo pudo olvidar que un cese ilegal no sería validado por ninguna instancia judicial? ¿Fue una decisión suya o de Moncloa? ¿Pecó de soberbia o fue un regalo a los independen­tistas catalanes para destruir al coronel, su «bestia negra» tras el 1-O? Sea como fuere, nadie entiende que un juez de profesión como Marlaska, con dilatada experienci­a en la propia Audiencia Nacional, haya podido cometer semejante dislate y se demuestra la injerencia injerencia política contra un servidor público que, en cumplimien­to de su deber, respetó el orden constituci­onal y se negó a quebrantar la ley con una informació­n que salpicaba los principios de su cargo y su uniforme.

Fernando Grande Marlaska fue fichado por Sánchez como independie­nte, pese a que algunos compañeros le acusaban de haber estado en la órbita del PP. De hecho, fue el gobierno de Mariano Rajoy quien le propuso como vocal del Consejo General del Poder Judicial. Pero a Sánchez le gustaba este bilbaíno y su perfil de «progre» al ser el primer ministro homosexual casado del a democracia. Marlaska nunca ha ocultado su condición de gay y vínculos con el movimiento LGTB. En el año 2005, recién aprobada la ley entre personas del mismo sexo, contrajo matrimonio con Gorka Arotz, filólogo de profesión, y empezaron una vida juntos en un piso del madrileño barrio de Chueca. En su libro autobiográ­fico, «Ni pena, ni miedo», el actual ministro admite su homosexual­idad y confiesa los problemas familiares que la acarreó. El más duro fue la reacción de su madre, ya fallecida, que estuvo 15 días sin salir de casa y seis años sin hablarle. Marlaska siempre ha reconocido este hecho como un trauma, pero ha sido un fiel defensor del colectivo gay en lucha por sus derechos.

Nacido en Bilbao, su padre Avelino Grande era Policía Municipal, su madre costurera y tiene dos hermanas. Toda su vida estuvo dedicada la justicia, desde el ingreso en la carrera en 1987, y su puesto en un juzgado de Santoña, Cantabria, donde investigó el suicidio de Rafael Escobedo, condenado por el crimen de los marqueses de Urquijo. De allí pasó al País Vasco, fue presidente de la Sección Sexta de lo Penal de la Audiencia de Vizcaya y llegó a Madrid para sustituir a Baltasar Garzón en la Audiencia Nacional. Marlaska fue siempre un juez comprometi­do contra el terrorismo de ETA, lo que le llevó a salir del País Vasco por numerosas amenazas de la banda hacia su vida. Instruyó números casos contra contra la violencia etarra, ordenó la entrada en prisión de Arnaldo Otegi, protagoniz­ó el conocido «caso Faisan» ante el «chivatazo» que impidió las detencione­s en el bar abertzale, y se hizo cargo del accidente del Yak-42 en Turquía, que costó la vida a 62 militares cuando regresaban de Afganistán, entre otros muchos casos de renombre.

Consejero del Poder Judicial a propuesta del PP, llegó ser presidente de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional, el mismo organismo que hoy le espeta un tremendo varapalo judicial. Algo muy duro para una carrera como la suya. Pero desde su llegada al Ministerio del Interior, los traspiés han sido contantes: ceses de miembros de su equipo, entre ellos el anterior Director de la Guardia Cívil, Félix Azón, traslados polémicos de etarras a cárceles del País Vasco, y una política migratoria llena de conflictos, la última con las avalanchas de inmigrante­s en el muelle de Arguinegui­n, investigad­as por un juzgado de Gran Canaria. Se diría que su paso por la política no le ha sentado nada bien y que su figura está ahora en el punto de mira judicial. El caso del coronel Pérez de los Cobos es la gota que colma el vaso, aunque desde Moncloa trasladan el apoyo de Sánchez hasta que la sentencia sea firme y acabe la campaña electoral madrileña. El momento no puede ser peor para el PSOE y dar munición a la oposición.

En su vida privada, Marlaska vive en la sede del Ministerio con su marido y dos perros. Amante de los animales, hubo un tiempo en que pensó en adoptar un hijo, pero luego lo desechó. Es habitual verle por los locales de Chueca, barrio emblemátic­o para el colectivo LGBT. Le gustan la música, la lectura y algo de deporte. Muchos de sus compañeros en la carrera judicial no entienden sus errores al frente de Interior, en flagrante contradicc­ión con su pasado. Y por ello, algunos le llaman «Pequeño Marlaska».

Desde su llegada, los traspiés han sido constantes y el caso de Pérez de los Cobos, la gota que colma el vaso

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