La Razón (Cataluña)

El marine italiano que espiaba para los rusos

WALTER BIOT Capitán de la Marina de Italia

- POR ISMAEL MONZÓN

Filtró informació­n sensible de la OTAN a Moscú por «desesperac­ión» y a cambio de 5.000 euros por «pen drive». Podrían caerle entre 15 y 20 años de cárcel

Walter Biot no era uno de esos militares que llegan al cuerpo por tradición familiar. Empezó hace años como suboficial y poco a poco, gracias a promocione­s internas, fue escalando hasta capitán de fragata. No tenía mano dentro, se embarcó en distintos buques de guerra ya como oficial. Hasta que en 2010 lo destinaron a las oficinas del ministerio y, de allí, al Estado Mayor de la Defensa. Era lo que buscaba, tenía cuatro hijos a los que mantener, una de ellas con una alta minusvalía. Lo pusieron al frente de las relaciones con los medios internacio­nales, aunque había quien no confiaba del todo en él, por lo que lo relegaron a elaborar resúmenes de prensa. Desde hace algún tiempo se dedicaba a fotografia­r los monitores de la Marina italiana, con informació­n sensible de su país y de operacione­s de la OTAN, para guardarla en un «pen drive» y pasársela a un militar ruso. Desde el martes, Walter Biot está arrestado, acusado de espionaje y difusión de secretos de Estado.

Todo se precipitó la noche de ese martes. El ritual se desarrolló como en otras ocasiones. El contacto ruso se subió se subió en el metro y se bajó en Laurentina, al final de la línea, en la periferia de Roma. Allí acudió a un párking convenido. Se vio fugazmente con el militar italiano, que le entregó el último «pen drive» a cambio de 5.000 euros. Todo de forma discreta, con pequeñas cantidades para no levantar sospechas. No era la primera vez. Lo que ambos no sabían es que los Carabinier­i les venían siguiendo. Los pillaron «in fraganti», con lo que se llevaron al militar italiano arrestado, confiscaro­n el «pen drive» y retuvieron al oficial ruso. Por su estatus diplomátic­o no podía ser detenido, de forma que tanto él como su superior fueron expulsados inmediatam­ente del país.

La trama revela que los tentáculos del Kremlin siguen intentando avanzar por la Unión Europea y que Rusia mantiene en Italia conexiones privilegia­das. Así ha sido desde la Guerra Fría, cuando la península italiana ejercía de frontera natural entre la Europa occidental alineada con Estados Unidos y el bloque del Este. Entonces la conexión entre Roma y Moscú estaba en la sede del poderoso Partido Comunista italiano. Hoy se desplaza hacia los partidos de la derecha, que tienen en Rusia un interlocut­or directo, cuando no una fuente de ingresos.

Con el líder de la Liga, Matteo Salvini, como vicepresid­ente y ministro del Interior, su partido vivió un escándalo por presunta financiaci­ón ilegal por parte de oligarcas rusos conectados con Vladimir Putin. Antes, Silvio Berlusconi fue uno de los primeros ministros que mejores relaciones han cultivado con su amigo Putin. Italia ha sido el único gran país de la UE que se opuso a las sanciones a Rusia, iniciadas con la crisis de Ucrania. Ahora Mario Draghi ha marcado distancias para afianzar la relación de su país con Estados Unidos, pero Italia históricam­ente ha jugado a dos bandas. Si no un amigo, Moscú siempre ha encontrado en Roma un socio que le tolera.

Walter Biot no es más que un peón dentro de toda esta trama novelesca de espías, que recuerda a otra era. Sus compañeros de la Marina, citados por la prensa local, creen que Rusia había fijado cuidadosam­ente su objetivo, eligiendo a una persona débil. En una sorprenden­te entrevista en el «Corriere della Sera», la mujer del militar arrestado da a entender que estaba al tanto de los tejemaneje­s de su marido. «Estaba desesperad­o. Yo sabía que Walter estaba en crisis desde hace tiempo, tenía miedo de no poder afrontar todos los gastos que tenemos. Él gana 3.000 euros mensuales, pero no son suficiente­s para mantener una familia con cuatro hijos y cuatro perros, pagar la hipoteca, el colegio y el gimnasio de los niños, al que él no estaba dispuesto a que renunciara­n», confiesa. «La covid nos ha empobrecid­o», añadió y valoró en 5.000 euros el precio de cada «entrega». Él, en una declaració­n a sus abogados desde la cárcel, reconoce que se equivocó y que lo hizo «por la familia». Ahora todas esas cargas le pueden acarrear de 15 a 20 años de prisión. En Rusia guardan silencio, aunque ya estudian cómo castigar a Italia de forma recíproca. Se avecina crisis diplomátic­a.

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Walter Biot, en la imagen, ha reconocido a través de sus abogados que lo ha hecho «por la familia»

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