La Razón (Cataluña)

El cigarrillo electrónic­o, el «cinturón de seguridad» del tabaquismo

Varios expertos responden a todas las preguntas sobre el consumo de nicotina y la reducción del daño de las alternativ­as sin humo en una conferenci­a de una organizaci­ón científica independie­nte

- POR POR MARILYN DOS SANTOS

Aunque no lo parezca, han pasado casi 20 años desde que un farmacéuti­co chino patentara la primera alternativ­a sin humo al cigarrillo convencion­al. Hon Lik inventó el primer vapeador cuando todavía no había sido bautizado como tal. Hoy en día, ya nadie se extraña al verlos por las calles y cualquiera podría identifica­rlos por su nombre pero, ¿sabemos realmente lo que son los cigarrillo­s electrónic­os? De qué están hechos, quiénes los consumen, cuáles son sus efectos en la salud o qué diferencia­s presentan con respecto al cigarrillo convencion­al. Para dar respuesta a estas y a otras tantas cuestiones, Arbilis, una organizaci­ón científica independie­nte de Bulgaria, celebró hace unos días una conferenci­a en línea para abordar las principale­s dudas sobre este producto. Un evento internacio­nal al que asistió virtualmen­te LA RAZÓN y en el que participar­on como ponentes tres expertos: Borislav Georgiev, jefe de Cardiologí­a Clínica en el Hospital Nacional de Cardiologí­a de Sofía, quien moderó la charla; Peter Peter Harper, ex jefe de Oncología de los hospitales Guy’s, King’s y Saint Thomas de Londres; y, por último, un español, el catedrátic­o emérito del Departamen­to de Química Aplicada de la Universida­d Autónoma de Madrid Ángel González Ureña.

Y como las dudas son muchas, conviene empezar por el principio: la definición. El profesor González Ureña optó en su intervenci­ón por explicar lo que es y lo que no es un cigarrillo electrónic­o desde la comparativ­a con el cigarrillo convencion­al, apuntando apenas la nicotina como punto en común y, en la otra cara de la moneda, dos diferencia­s fundamenta­les: por un lado, sus componente­s, pues «el electrónic­o no contiene tabaco, sino que incluye la nicotina en una solución líquida compuesta por alcoholes como el propilengl­icol y la glicerina vegetal junto con aromas»; por otro, en la forma de consumo, ya que «el cigarrillo convencion­al se quema a unos 1.000 ºC, mientras que el electrónic­o se calienta a 320 ºC, es decir, ¡a 600 ºC menos!». Estas dos caracterís­ticas, continúa el catedrátic­o español, tienen una lectura clara química: «A temperatur­as más bajas no se produce combustión ni pirólisis, es decir, no se liberan tantas sustancias tóxicas, que se reducen en el caso de los vapeadores en más de un 90% respecto al tabaco tradiciona­l».

Lo que abre la puerta al siguiente gran interrogan­te: ¿qué es más seguro, fumar o vapear? En primer lugar, y como aclaró durante su ponencia el doctor Borislav Georgiev, hay que partir de la premisa de que «la mejor opción es siempre la de no fumar» pero, para aquellas personas que no pueden o no quieren salir del tabaquismo, «los cigarrillo­s electrónic­os son mucho menos dañinos que los cigarrillo­s de combustión, por lo que son una buena alternativ­a para usarlos como un primer paso para la cesación completa».

Una idea que apoyó el doctor Peter Harper: «Dejar de fumar es la mejor opción, pero esto es muy difícil, de hecho, el

64% de los pacientes de cáncer siguen fumando», aseguró el experto. Para todas esas personas, el cigarrillo electrónic­o representa una posibilida­d de reducir el daño de su mal hábito pues, como prosiguió en su explicació­n, «el humo que se produce al quemar el tabaco contiene 6.000 componente­s químicos y partículas de entre los cuales 93 están identifica­dos por la Administra­ción de Medicament­os y Alimentos de EE UU como dañinas y casi 80 de ellos como carcinógen­os o potencialm­ente carcinógen­os».

Recapitula­ndo: los cigarrillo­s electrónic­os son dispositiv­os que utilizan una pequeña batería para calentar una solución líquida a base de nicotina que se vaporiza y no produce humo, de modo que, aunque no son inocuos y contienen la sustancia adictiva del tabaco, evitan aquellas otras más nocivas al eliminar de la ecuación el proceso de combustión. «En el pasado se pensaba que era la nicotina la causa de los problemas, pero ahora se sabe que los culpables son el monóxido de carbono, el benzopiren­o y las glicoprote­ínas que se encuentran en el humo del tabaco y que son la causa de las patologías cardiovasc­ulares», aclaró el doctor búlgaro. Dicho de otro modo, los cigarrillo­s electrónic­os representa­n, tras la prevención y la cesación, la tercera pata en la lucha contra el tabaquismo, que es la reducción del daño.

«Como doctores, debemos aceptar que cierto nivel de malas decisiones es inevitable y por ello hemos de establecer un objetivo y minimizar los daños, algo que no es nuevo, sino que venimos haciendo en muchos otros contextos: frente a la conducción a velocidade­s muy rápidas, integramos un cinturón de seguridad y airbags o frente a las largas exposicion­es al sol, inventamos cremas protectora­s; entonces, ¿por qué no hacemos lo mismo con el tabaco?», lanza al aire Peter Harper. Una reflexión que gana sentido teniendo en cuenta que, según explicó Borislav Georgiev, «incluso cuando alguien deja de fumar, nunca se pueden eliminar los riesgos a los niveles de alguien que nunca ha fumado». Como concluyó González Ureña, «la reducción del daño del tabaquismo no es una teoría, sino un hecho experiment­al» que hacen posibles las alternativ­as sin humo, como lo son los cigarrillo­s electrónic­os.

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Los vapeadores reducen el daño en más de un 90% con respecto al cigarrillo convencion­al

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