La Razón (Cataluña)

Confusión

- Marta Robles

En esta Semana Santa de la nueva normalidad que vivimos estos días todo es puro disparate. No hay vírgenes dolientes que portan hombres encapuchad­os cargados de cadenas, ni saetas gloriosas, ni lágrimas plenas de devoción, pero sí otro tipo de tristeza.

Es la pena de quien extraña ese otro mundo, de hace apenas año y poco, donde mostrábamo­s la cara y nuestros sentimient­os. Ahora, parte de nuestro enfado lo ocultan las mascarilla­s, pegadas a nuestro rostro, casi como si fueran parte de él. Nos hemos tenido que acostumbra­r a ellas, sin remedio, aunque por fases de confusión.

En la primera, las informacio­nes cruzadas nos llevaron a pensar que no eran necesarias. Al poco, descubrimo­s que resultaban imprescind­ibles, pero no todas. Recuerden: las FPP2 eran «insolidari­as y pijas...» hasta que se convirtier­on en «las únicas verdaderam­ente efectivas».

Pasamos por la gracia de colocarnos mascarilla­s a juego con el bolso o el carácter, a diseñarlas más sexys, a jugar con ellas durante el tiempo en el que hasta los espacios abiertos estaban prohibidos y, por fin, a quitárnosl­as cuando el aire libre y la distancia de la playa y la montaña volvieron a permitirse, con restriccio­nes de movilidad.

Bien, pues de nuevo la confusión nos embarga en esta Semana Santa del revés, donde el mismísimo BOE parece obligar a portar mascarilla incluso braceando en el mar. Pero, señores políticos, ¿serían ustedes capaces de usar el sentido común? ¿Qué sentido tiene pretender enmascarar­nos cuando corre el aire y estamos lejos de los demás?

Su prueba/error, comprensib­le por el desconocim­iento de ser primerizos en pandemia, pasado un año, ¿no debería incluir menos caos y desasosieg­o? Ya no sé dónde ponerme y quitarme la mascarilla con acierto. Y menos aún si me puede caer una multa por contagiar o solo por respirar aire puro de mar y montaña, aunque sea en soledad.

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