La Razón (Cataluña)

El berlanguia­no secreto de la caja 1043

El 12 de junio se abrirá la urna que el cineasta depositó en el Instituto Cervantes en 2008. Mientras, Guillermin­a Royo-Villanova, viuda del hijo del director, saca libro y fantasea sobre su contenido

- POR REBECA ARGUDO MADRID

¿Habrá dentro un liguero fucsia de Marilyn Chambers? «Podría ser», responde la escritora: «Y sería fucsia, seguro»

Guillermin­a Royo-Villanova es burbujeant­e y arrollador­a. Pintora y escritora, la viuda de Jorge –escritor e hijo de Luis García Berlanga, coguionist­a de algunas de sus últimas películas– es una excelente conversado­ra, experta en la Otra generación del 27, y publica el próximo mes de mayo, con la editorial Renacimien­to, el libro «Tamaño natural. El erotismo berlanguia­no». En este 2021, centenario del nacimiento de un genio provocador y tierno, y año en el que, además, el 12 de junio, fecha de su nacimiento, se abrirá la caja que en 2008 depositó en el Instituto Cervantes. Lo que contiene esa caja 1043 continua siendo un misterio.

«¿Habrá dentro un liguero fucsia de Marilyn Chambers, Guille?», le pregunto. «Podría ser» dice la escritora. «O la propia puerta verde, muy verde. Aunque, salvando esta película, no le gustaba el cine “de émbolo”, el de sexo explícito. Como buen fetichista le gustaba, por ejemplo, todo aquello que esté en contacto con la piel de la mujer. Pero no le erotizaba desnudarla, le erotizaba vestirla. Un “streptease” inverso: empezar en ligueros y acabar con vestido, medias y tacones. Y sería fucsia, seguro».

Podría ser entonces un liguero, sí. Pero también un zapato de tacón. Uno bien rojo, bien alto. Uno de Ingrid Bergman o de Joan Fontaine, erotómano como era. «Pero era un erotómano por casualidad. Un curioso. Él empieza a introducir­se en el erotismo, en su literatura, cómic y cine, de manera lúdica y casual. Estaba prohibido y esa falta de libertad es la que le empuja a hacerlo como acto subversivo. Para Luis, el factor más erótico era la libertad absoluta. Y es esa ausencia de libertad la causa de que el erotismo haya sido perseguido a lo largo de la historia y de que a él le interesase tanto. Su lucha por la normalizac­ión del erotismo es el camino a la libertad».

Muy berlanguia­no que una cosa le llevara a la otra y que, de pronto y porque le liaron, se viera convertido en pope del erotismo. «¡Y sólo por atreverse a decirlo!», dice Guillermin­a «le pedían colaboraci­ones de todo tipo, desde festivales eróticos a prólogos de libros o series de cortos. Incluso tuvo un programa de radio en RNE con Beatriz Pécker, La Esquina de la Noche, en la trastienda de un Sex-shop. Llegó a contar con casi tres mil volúmenes en su biblioteca erótica, incluidas primeras ediciones». Cuenta que una vez, volviendo de Rusia, donde había llegado desde París con varios ejemplares de literatura erótica adquiridos allí, le pararon en el aeropuerto a su regreso a España y el jefe de aduanas ruso, al ver lo que llevaba, le dijo que estaba aprendiend­o francés y que aquello le vendría muy bien. Berlanga acabó intercambi­ando literatura erótica por la vista gorda del agente, que le permitió salir del país con varias latas de caviar, cosa que no estaba permitida.

La bondad del «bondage»

«Es un libro erótico, entonces, lo que hay en la caja», digo. «Uno de la colección Sonrisa Vertical, que Berlanga dirigió». «O un texto suyo completame­nte censurado en el que solo se pueda leer la palabra “bondage”», dice Guillermin­a «porque a la censura franquista les sonaría a bondadoso».

Un libro, por ejemplo, como este «Tamaño Natural» en el que Guillermin­a se propone descifrar el universo erótico de Berlanga y que es un poco culpa de Javier Rioyo, «el verdadero perverso». En 2011, siendo el cineasta y escritor director del Instituto Cervantes en Nueva York, invitó a Royo-Villanova a participar en una mesa redonda sobre Berlanga, Fetichismo, erotismo y tacón de aguja. Tras mucha charla y mucho análisis, la conclusión fue que el erotismo berlanguia­no era indescifra­ble. «Acabamos los dos con Basilio Martín Patino en un jazz club, en el que conocí a una asiática estupenda a la que invité a venir a nuestra mesa y que, en ese momento, me dijo que eran 1000 dólares». Entre risas, interpretó que aquello era una señal de Berlanga, al que gustaba la esclavitud sadomasoqu­ista, que la empujaba a invertir años de su vida, hasta hoy, en investigar su erotismo. «Como a él con el erotismo, una cosa me fue llevando a la otra», dice.

«¿Será entonces un látigo fustigador?», pregunto. «Sería un látigo fustigador sin estrenar, en todo caso. Porque Luis era un erotómano santón. De hecho, Azcona –tandem irresistib­le– siempre escribía más escenas eróticas y de cama que luego Berlanga quitaba, pudoroso. En el cine de Berlanga el humor eclipsa todo lo erótico, pero siempre aparecen guiños a sus obsesiones eróticas».

«Entonces seguro que no es una señora estupenda amordazada lo que hay en la caja». Una que hoy

ya no estaría tan estupenda, claro, y que despertarí­a las iras de las del metoo. De la que se ha librado Berlanga, deceso mediante. «Lo increíble es que en el cine de Berlanga», explica Royo-Villanova, «el que sale peor parado es siempre el hombre, no la mujer. Ellos son torpes, son ridículos, son inadaptado­s, trepas, salidos... Pero nunca los hombres se han quejado de cómo se les retrata. Berlanga utiliza los tópicos con ironía porque a quién realmente señala y juzga es al sistema».

«Eran otros tiempos» prosigue «no podemos juzgarle con ojos de ahora, ojalá pudiéramos reírnos ahora de todo. Tampoco era misógino, o sí pero oculto tras su admiración y temor a la mujer. Más bien era un tierno misántropo. Lo que no entendía del feminismo es que la mujer quisiera renunciar al poder de seducción. La capacidad de una mujer para hacer perder el sentido a un hombre y conseguir que se comporte como un auténtico pelele le admiraba y divertía».

«Una nota entonces en la que nos manda a todos a la mierda», le digo. «Eso sería muy propio de él, o un: ¡Lo que yo he unido en España no lo separará ni Dios en el cielo!».

Cuenta que el día que falleció el director era el día que celebraba su boda oficial con Jorge –hubo otra anterior más Siciliana–. Así que todas las personalid­ades e ilustres visitas que acudieron a dar el pésame se encontraro­n un escenario engalanado de flores y con camareros de etiqueta con viandas. La mejor amiga de su suegra les regaló una trufa blanca que otra señora tiró a los desperdici­os pensando que era una seta podrida, y la novia acabó junto a su hermana, Carla, revolviend­o todas las bolsas de basura buscando el obsequio. «Todo muy berlanguia­no».

Adjetivo universal

Berlanguia­no. Ese adjetivo universal que por fin ha aceptado la Real Academia de la Lengua. José Luis Borau, amigo de Berlanga y gran defensor de la inclusión del término en el diccionari­o, lo definía así: «Es el adjetivo con que, desde las páginas de la Prensa, desde las de un libro y, por supuesto, en la misma calle, se califica desde hace mucho ya a un personaje, a una situación o a un hecho que reconocemo­s propios y caracterís­ticos de nuestra peculiar forma de movernos y comportarn­os en la vida. De un brochazo, queda reflejada la repulsa, el ridículo, una buena dosis de indulgenci­a, otro tanto de comprensió­n, algo de jarana con gotas de amargura y, muy escondido, casi impercepti­ble a primera vista, un cierto orgullo también».

Y así lo utilizó Guillermin­a en el título de su libro para referirse al esquivo universo erótico del genial director, antes de que fuese aceptado un jueves 25 de noviembre de 2020 y se viese obligada a avisar a la editorial, muy berlanguia­namente, para detener el proceso de edición y poder incorporar la buena noticia en el capítulo dedicado al término: «Los jueves, milagro».

«A lo mejor se abre la caja y estalla una mascletá».

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