La Razón (Cataluña)

El guerrero celtibéric­o frente al mito

Diez prestigios­os historiado­res desmontan los tópicos y ponen de relevancia la complejida­d de la guerra en la Península antes de la llegada de los romanos

- POR GUSTAVO GARCÍA JIMÉNEZ DESPERTA FERRO EDICIONES

Cuenta el historiado­r romano Floro («Epitome Rerum Romanorum» I.33.17.13) que cuando Olíndico, líder y reputado profeta celtibéric­o de quien se decía que empuñaba una lanza de plata que le había sido enviada desde el cielo, se acercó al campamento de noche, pereció junto a la tienda en la que descansaba el cónsul, abatido por el pilum de uno de sus guardias. El episodio estaría posiblemen­te enmarcado en 143 a. C., en los comienzos de la Tercera Guerra Celtibéric­a, que concluiría una década más tarde con la destrucció­n de Numancia. Solo en este pasaje se plantean infinidad de interrogan­tes: ¿quién era el tal Olíndico? ¿Qué representa­ba esa lanza plateada? ¿Era un arma o una especie de estandarte? ¿Por qué pensaban que venía «del cielo»? ¿Fue al campamento romano con la intención de parlamenta­r, con la de realizar algún tipo de ritual, o con la de asesinar al cónsul?

Rodeado de misterio

Tan rodeado de misterio como este escueto relato del historiado­r norteafric­ano ha estado durante mucho tiempo nuestro conocimien­to sobre el mundo de la guerra entre los celtíberos, lastrado en exceso por las concepcion­es patriótica­s y totalmente sesgadas de la historiogr­afía tradiciona­l, tan entusiasta como dotada de imaginació­n. Buena parte de esta, hoy ya desfasada, se cebaba especialme­nte en los conocidos episodios de traición (como en el caso paradigmát­ico de Viriato) o heroicidad (el suicidio de los numantinos), ensalzando a su vez el supuesto (y erróneo) carácter «guerriller­o» o desorganiz­ado de las indómitas y difíciles de someter tropas hispanas, casi como si se tratara de hábiles bandoleros en las guerras de ocupación francesas. A ello no ayudaba el que las fuentes escritas grecorroma­nas siempre se mantuviera­n dispuestas a resaltar el belicismo de los pueblos hispanos para mayor gloria de sus propios logros. Paralelame­nte, se insistía en una suerte de resistenci­a organizada por parte de los pueblos peninsular­es que se enfrentaro­n a Roma desde la Segunda Guerra Púnica, aunque dicha concepción de estos pueblos como «hispánicos» es una idea de la tradición literaria grecorroma­ballería− que dista mucho de la realidad tangible que hoy atisbamos en el complejo y heterogéne­o mosaico de culturas que conformaba­n el territorio. Se insistía también, con orgullo y parafrasea­ndo una frase de Livio (XXVIII.12.12), en que Iberia fue la primera en ser invadida y la última en ser conquistad­a, mérito cómo no de los aguerridos pobladores autóctonos. Esto último no dejaba de ser cierto, pero estudios recientes apuntan a que el esfuerzo de guerra que Roma dispuso en los conflictos de Iberia, salvo excepcione­s en momentos concretos de mayor urgencia, no fue comparable al de otros frentes de guerra con los que a menudo coincidían cronológic­amente. Es decir, que Roma no concebía la conquista de Hispania como algo prioritari­o, y en consecuenc­ia los efectivos y recursos movilizado­s fueron menores.

En la actualidad tenemos una visión más realista y menos romantizad­a de los guerreros celtibéric­os (e hispánicos en general) en las luchas contra Roma, y sabemos que, salvando las distancias, tenían unas formas de guerrear muy parecidas a las de otros pueblos mediterrán­eos, que usaban estandarte­s e instrument­os para transmitir órdenes en batalla, que podían reunir ejércitos muy numerosos, capaces de integrar contingent­es de varios pueblos, de combinar diferentes tipos de tropa −con infantería ligera como con infantería de línea y cana y de plantar batalla campal sin mayor problema, como sabemos por las fuentes que hacían habitualme­nte. Además, también existía una importante compatibil­idad en su armamento con respecto al del legionario romano republican­o, y por ello estas tropas fueron empleadas con frecuencia como auxiliares. No es extraño, pues, que dos de

las armas más representa­tivas del armamento de los legionario­s de la época republican­a, el «gladius hispaniens­is» y el «pugio», fueran en realidad copias de armas celtibéric­as. Pese a todo, existieron diferencia­s efectivame­nte notables en el número y también en la organizaci­ón jerárquica o el mando de las tropas con respecto a los ejércitos romanos, lo que a la postre provocó graves derrotas que al final resultaron fatales.

Poco a poco, las concepcion­es más ponderadas y terrenales de las formas de guerra que emplearon los pueblos hispánicos prerromano­s van calando con fuerza, aunque no ha sido fácil desmentir los postulados de paradigmas antiguos que habían hecho auténtica mella en el imaginario popular. En realidad, el verdadero guerrero celtibéric­o es tan interesant­e y sugerente como aquel Olíndico con su flamante lanza argéntea, aunque también sucumbiera, al igual que este, ante el certero «pilum» romano.

 ?? JOSÉ G. MORÁN/DESPERTA FERRO EDICIONES ?? Recreación de uno de los guerreros celtibéric­os que pisaron la península antes del desembarco romano «GUERREROS DE LA ANTIGUA IBERIA» Cuadernos de Historia Militar nº 3 DESPERTA FERRO EDICIONES 144 páginas, 14,95 euros
JOSÉ G. MORÁN/DESPERTA FERRO EDICIONES Recreación de uno de los guerreros celtibéric­os que pisaron la península antes del desembarco romano «GUERREROS DE LA ANTIGUA IBERIA» Cuadernos de Historia Militar nº 3 DESPERTA FERRO EDICIONES 144 páginas, 14,95 euros

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