La Razón (Cataluña)

Gloria eterna para la Real

Un penalti marcado por Oyarzabal resuelve el histórico derbi vasco para los donostiarr­as en un partido marcado por el miedo a perder

- POR FRANCISCO MARTÍNEZ

Un partido de esos que duran para toda la eternidad. Un derbi vasco por primer vez en la final de Copa. Ganar un título ya es suficiente motivo de alegría, pero si además se consigue ante el vecino la satisfacci­ón es doble por esa rivalidad que tiene el fútbol y que es necesaria hasta cierto punto, porque muchas veces se lleva al extremo. Y serán los aficionado­s de la Real Sociedad los que puedan presumir y contar a sus hijos o a sus nietos que la primera vez que este duelo se dio fueron ellos los que ganaron en un partido en el que pasaron pocas cosas importante­s, pero la que más fue un penalti que Oyarzabal transformó con decisión.

Con un año de retraso llegó un encuentro que hubiera sido una fiesta desde hace días en Sevilla, pero en los últimos tiempos no hay mayor aguafiesta­s que el cojunto ronavirus. Se retrasó en 2020 para que hubiera público, pero no ha sido posible. Como si fuera un homenaje al derbi vasco, llovió. En San Sebastián suele hacerlo 185 días al año de media y en Bilbao, 129. En Sevilla la cifra baja a 52, pero es verdad que muchas veces es en Semana Santa. Fue un chaparrón espectacul­ar de 20 minutos que enfrió las ideas de los dos equipos. O quizá fue la responsabi­lidad la que calmó una posible salida a pecho descubiert­o. Comenzó el encuentro con mucho respeto de ambos equipos. Asegurar mejor que arriesgar, a ver si me voy a equivocar y la lío, aunque el Athletic Club se plantó en el césped un poco más adelante de lo esperado. No aguantó atrás, apretó la salida de balón de la Real Sociedad para ensuciarle el juego desde el principio y quitarle una de sus señas de identidad. Y fue el equipo de Marcelino el primero que lo intentó en un disparo cruzado de Raúl García, aunque tenía poco ángulo. El condonosti­arra condonosti­arra tardó media hora en dominar y sentirse más cómodo, pero sus acciones más peligrosas terminaban en una serie de remates, desde la frontal del área o desde dentro, que chocaban siempre con jugadores vestidos de blanco y rojo. Como un frontón. Otro homenaje al País Vasco. Estuvo Isak un par de veces a punto de meter la bota en el último momento para desviar los centros laterales, pero no llegó. Las defensas se imponían con claridad a los ataques. Sólo un disparo de Iñigo Martínez desde lejísimos obligó a Remiro a estirarse y despejar a córner, porque la pelota subió y bajó de forma abrupta y se puso peligrosa. Fue la única intervenci­ón de un portero antes del descanso, aunque había sido el equipo de Imanol el que más miedo transmitió, aunque tampoco fuera demasiado.

Al partido le faltaba un poco de polémica y de VAR y llegó en la mano de Iñigo Martínez a centro de Oyarzabal que era casi imposible identifica­r si era dentro del área o fuera. El árbitro la sacó.

Pero no terminó ahí, porque poco después el propio central sí cometió un penalti que Estrada Fernández señaló. El balón de Mikel Merino fue perfecto al espacio, corrió Portu, más rápido que

Iñigo, que arriesgó lanzándose al suelo para no encontrar pelota y sí al rival. El barullo continuó un rato porque el defensa fue expulsado, aunque después el colegiado cambió la roja por amarilla tras verlo en la pantalla al considerar que había disputa de por medio. Lo que se mantuvo fue la pena máxima, y Oyarzabal no dudó. Es un especialis­ta en este tipo de tiros, aunque en crisis en los últimos lanzamient­os. Eso no le hizo dudar, aunque sí cambió un poco el estilo y tiró con menos contemplac­iones de las habituales. Engañó a Unai Simón.

Se mantuvo con once futbolista­s el Athletic, pero por delante tenía una misión complicada porque apenas había sido capaz de generar acciones claras en una hora. Y sin el 0-0 las necesitaba. El tiempo ya iba en su contra. Más presión y el partido que seguía trabado, con parones, sin

demasiada continuida­d, lo que por momentos pareció enfadar a Marcelino.

Buscó el entrenador asturiano soluciones en el banquillo y estaba claro que iba a entrar Villalibre, el hombre de los goles importante­s, el revulsivo, y Vesga y Unai López en el centro del campo. Pero no fue capaz el conjunto de Bilbao de irse hacia arriba de forma descarada, ni con fútbol ni con corazón. La Real fue inteligent­e en no meterse demasiado atrás porque el bombardeo de centros podía ser peligrosís­imo cuando delante hay jugadores como Raúl García. Un penalti decidió la esperada final vasca. La Real Sociedad ya tiene su título y el Athletic Club al menos se consuela pensando que en quince días tiene una segunda oportunida­d, pues también ha llegado al último partido en la edición de 2021. Le espera el Barcelona.

Illarramen­di fue baja en el campeón, no pudo jugar el encuentro, pero él fue el encargado de levantar la Copa, despacio, a su ritmo, en muletas, que luego se quitó. Éxitos así hay que saborearlo­s bien.

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Felipe VI entrega la Copa de campeones a Illarramen­di, el capitán de la Real Sociedad
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EFE

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