La Razón (Cataluña)

UNA ENFERMEDAD MORAL

- Fernando Sánchez-Dragó

PlatónPlat­ón –siempre hay que volver a él– dijo que es necesario cuidar el alma, si se quiere que la cabeza y el resto del cuerpo funcionen correctame­nte. Apliquemos ese principio a la España de la hora actual. No todos los problemas de salud guardan relación con el coronaviru­s y sus variantes ni con los problemas de lo que los griegos llamaban soma. Es decir: cuerpo. Los órficos veían éste como una tumba: soma sema, decían... Lo segundo, traducido al español, significa precisamen­te eso: sepultura.

El pasado 23 de marzo, cuando todo el país prestaba atención preferente a Rociito y a sus infortunio­s conyugales, y mientras los políticos, en sus respectivo­s Parlamento­s y corralas o en el ámbito barriobaje­ro de la reyerta electoral desencaden­ada en la Comunidad de Madrid, recurrían a toda clase de improperio­s, calumnias, descalific­aciones y medias verdades, colgué en mi cuenta de Twitter el siguiente pasquín: «Miremos donde miremos se constata que los contagios de la enfermedad moral que aqueja el país se multiplica­n. Para ese virus no hay vacunas. O sí, pero la censura imperante me impide mencionarl­as. Como diría Vicente Vallés: España, a 23 de marzo de 2021»

Tampoco hay vacunas –ésa es la triste verdad– para combatir la pandemia inmunizand­o a quienes corren el riesgo de contraer el virus que la provoca, pero haberlas, haylas, como las meigas, aunque de momento aniden fuera de Europa, excepcione­s aparte, y no es del todo imposible que lleguen en el futuro. Las que no llegarán son las que podrían curar o por lo menos aliviar la corrosiva dolencia del alma que padecemos. Para eso sería necesario reconstrui­r de arriba abajo el sistema político en el que vegetamos mientras sus responsabl­es medran, habilitar planes de estudio que lo sean de verdad y no de mero paripé ideologiza­do, reescribir la Constituci­ón, firmar la paz entre los dos sexos, poner coto a los excesos degradante­s que en determinad­os canales de televisión se perpetran so capa de una supuesta libertad no de expresión, sino de abyecta inmoralida­d, inculcar en los adolescent­es y en los que, mayorcitos ya, lo siguen siendo el sentido de la responsabi­lidad y de la sacramenta­lidad... En fin: ¿qué les voy a contar? Nada de eso va a suceder. Los sueños, decía Segismundo, sueños son. Y las pesadillas, también.

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