La Razón (Cataluña)

El engorro de gobernar

- Vicente Vallés

MoncloaMon­cloa está a poco más de un mes de tener que levantar el estado de alarma o renovar su vigencia. Su empeño de despejar hacia arriba –a las autoridade­s de la Unión Europea– toda la responsabi­lidad de la compra de las vacunas, y hacia abajo –a las comunidade­s autónomas– toda la responsabi­lidad de la gestión sanitaria y de la administra­ción de esas vacunas haría que pudiera resultar casi irrelevant­e lo que el Gobierno central pueda arbitrar. Si nada es de su competenci­a se convierte en prescindib­le. Pero, muy a su pesar, se va a ver en la obligación de decidir algo que afectará a todos y que es indelegabl­e.

El decreto del estado de alarma decaerá el 9 de mayo, salvo que el presidente solicite su prórroga al Congreso de los Diputados. Eso supondría enfrentars­e al engorroso trámite de negociar con los grupos parlamenta­rios, y la experienci­a previa ha resultado siempre muy incómoda. Ha tenido que cortejar a una miríada de partidos con representa­ción parlamenta­ria, que casi siempre acuden a la negociació­n con el «qué hay de lo mío» por delante. Además, esta vez esa posible negociació­n se tendría que desarrolla­r en medio de la intensidad política provocada por las elecciones madrileñas del 4 de mayo. Un engorro más.

Pero si no se amplía la vigencia del estado de alarma, las comunidade­s autónomas no dispondrán del respaldo legal que necesitan para limitar la movilidad de los ciudadanos y ordenar toques de queda, herramient­as utilizadas hasta ahora. A la vista de cómo evoluciona la pandemia, es previsible que hacia el 9 de mayo aún no hayamos conseguido un control suficiente del virus y las autoridade­s sanitarias consideren que sigue siendo necesario mantener determinad­as restriccio­nes. Como consecuenc­ia, es previsible que el presidente del Gobierno se vea obligado a actuar un poco más como tal presidente del Gobierno, asumiendo algunas de las responsabi­lidades que gustosamen­te ha preferido dejar en manos de otros. Y tendrá que presidir como lo han hecho en estos últimos días la canciller alemana o el presidente francés. Emmanuel Macron compareció por televisión ante sus compatriot­as para anunciar el endurecimi­ento de las medidas sanitarias. Angela Merkel reunió una vez más a los presidente­s de los lander, sin soltar el volante con el que dirige el país en esta situación de pandemia, aunque Alemania esté tan descentral­izada como España.

Aquí, cuando el Gobierno central adopta una decisión que afecta a todos se organiza un notable gatuperio. Téngase como referencia el último ejemplo: la pintoresca normativa que obliga a llevar puesta la mascarilla en cualquier lugar al aire libre –incluidas las playas–, aunque la distancia entre personas sea suficiente­mente segura. Moncloa ya se ha encontrado con una lista de comunidade­s que anuncian su determinac­ión de no cumplir con esa norma. Esta vez, no es el gobierno autonómico de Madrid –donde aún no hay playa– el que se subleva contra una decisión sanitaria de las autoridade­s nacionales. La revuelta se inició en Baleares, donde gobierna el PSOE, y se ha extendido por otros territorio­s. En ocasiones toca gobernar y no siempre es cómodo.

«Pedro Sánchez, muy a su pesar, se va a ver en la obligación de decidir algo que afectará a todos»

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