EL ADN MÁS ANTIGUO DE UN HUMANO
El genoma se ha reconstruido a partir de las muestras tomadas de la calavera de una mujer checa que vivió hace más de 45.000 años
Hace al menos 45.000 años que un cráneo estaba aguardando nuestra llegada. Quién sabe cómo se llamaba realmente la dueña, pero de algún modo tenemos que bautizarla y los expertos se han tomado la libertad de ponerle el nombre de Zlatý Kun. Puede parecer una elección realmente extraña, más cercana a una contraseña que a un nombre de pila, pero, según los mismos expertos, significa en checo «caballo dorado», lo cual hace todo incluso más desconcertante.
En teoría, Zlatý Kun vivió en un tiempo donde las poblaciones de humanos de Asia y Europa todavía no se habían dividido, un momento en que los neandertales acababan de cruzarse con nosotros por última vez. Y es que el cráneo de esta mujer prehistórica viene de un tiempo especialmente interesante de nuestra historia, por lo que al estudiarlo podríamos develar algunos de los mayores misterios acerca del origen de la especie humana. Ahora bien, ¿cómo podemos exprimir de ella toda esa información? Si queremos empezar por el principio, veremos que la historia de Zlatý Kun supuso un verdadero reto para los expertos. La primera vez que se dató fue empleando isótopos del carbono, que, conociendo el tiempo que tardan en desintegrarse algunos compuestos, nos permiten saber cuánto hace que murieron los tejidos de un ser vivo. La respuesta que ofreció aquella técnica no fue demasiado espectacular: 15.000 años. Es una antigüedad interesante, pero nada comparado con los 45.000 que encabezan este artículo. Pero a algunos investigadores no les acababa de cuadrar esta datación con los rasgos del cráneo, que parecían bastante similares a los de nuestros antepasados de hace 30.000, aquellos que poblaron Europa durante el último mínimo Glacial.
Con esas sospechas en mente, Jaroslav Bruzek y Petr Veleminsky decidieron volver a intentar la datación, pero en este caso empleando una técnica diferente. Así pues, tomaron una muestra de ADN del cráneo y se encontraron con la sorpresa de que, en él, había restos de vaca. ¿Era Zlatý Kun acaso una suerte de híbrido minotáurico? Pues afortunadamente para ella y para todo lo que sabemos sobre genética: no, no lo era.
Solo una contaminación
La explicación resultaba mucho más sencilla. El ADN vacuno era tan solo una contaminación provocada por una especie de pegamento hecho a partir de colágeno de res. Presuntamente, este adhesivo habría sido usado para fijar los huesos del cráneo entre sí y era el responsable de la extraña datación de tan solo 15.000 años. Por sí solo, esto ya habría supuesto un avance interesante para la comprensión de la calavera de Zlatý Kun, pero aún quedaba otro as en la manga. Por lo que hemos podido deducir de los fósiles y de nuestro propio ADN, el Homo sapiens abandonó África hace 50.000 años, y poco después de esto, empezamos a mezclarnos con el Homo neanderthalensis en algunos puntos de Oriente Medio. Debido a esto, la mayoría de las poblaciones no africanas cuentan con un 2 o 3% de ADN neandertal. Y esto es importante, porque la longitud de ese ADN no sapiens nos sirve como indicador del tiempo que ha pasado pasado desde su último pariente neandertal. Sabiendo que los últimos cruces debieron tener lugar hace 47.000 años (como mucho), podemos deducir que Zlatý Kun vivió unos 2.000 años después de la última hibridación, esto es: hace, al menos, 45.000 años.
Es más, el cráneo que ostentaba antes el récord era el de Ust’Ishim, un varón que vivió en Siberia hace 45.000 años, pero tras analizar la longitud de su ADN neandertal, dichos fragmentos han resultado ser más cortos que los de Zlatý Kun. Este dato reafirma la idea de que el cráneo checo es incluso más antiguo que el siberiano. Según calculan los investigadores, Zlatý Kun sería unos 100 años anterior a Ust’-Ishim. La diferencia no es demasiada, lo justo para batir el récord, y lo suficientemente poco como para poder empezar a reconstruir la variedad humana de un mismo momento de nuestra historia.
De hecho, con este propósito se ha visto que la continuidad genética no está tan clara como podría parecer entre estos dos individuos y los humanos modernos. Concretamente, parece que hace unos 40.000 años tuvo lugar un rápido cambio en el acervo genético de la humanidad, lo cual podría explicarse mediante una catástrofe que minara las poblaciones lo suficiente como para perder buena parte de la variabilidad genética que teníamos. Esta especulación encaja relativamente bien con un episodio que tuvo lugar hace 39.000 años, la erupción del volcán de Ignimbrita, en Campania, el cual pudo haber afectado sobremanera al clima del hemisferio norte, complicando la supervivencia de nuestros antepasados.
Los nuevos hallazgos de paleontología humana, el progreso de las técnicas empleadas para interrogar a los restos y la adición de cada vez más ejemplos y conocimientos están cambiando la forma en que entendemos nuestro pasado. Poco tiene que ver la historia que nos contábamos hace décadas con todo lo que sabemos ahora, y aún menos con la que todavía no hemos podido contar.