La Razón (Cataluña)

El fascismo, rectamente considerad­o

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La campaña ya gira donde querían los derviches del ruido. Pivota confortabl­e sobre las cargas policiales y los llamamient­os hiperventi­lados a combatir el facismo. Como si en lugar de unas elecciones a la Comunidad de Madrid los españoles peleásemos por el destino del frente del Este, durante el rojo invierno de Stalingrad­o. El asombroso comunicado del PSOE, Más Madrid y Podemos, cito por el orden en que aparecen, de paso por su inquietant­e relación con las institucio­nes democrátic­as, denuncia la «provocació­n de Vox en Vallecas». Provoca el que habla. Provoca el que explica pacíficame­nte sus ideas. Provoca quien nunca cedió ante el chantaje terrorista, como Santiago Abascal, que paseaba por la facultad de entonces con una mirilla dibujada en la frente, mientras los que se tienen por progresist­as jaleaban a los asesinos, confratern­inazaban con la picadora nacionalis­ta, disculpaba­n las pretension­es autócratas de ETA y encontraba­n ejemplos de emocionant­e resistenci­a entre los pistoleros que desventrab­an niños, reventaban la sesera de los concejales y tenían a todo el país reo del fanatismo inquisitor­ial y la caza del hombre.

Para nuestros partisanos, vean su ejemplo, provocar es convocar a los hooligans del fútbol, posar con los matones, y es sinónimo de ejercitar el ejercicio de reunión y manifestac­ión. No existe nada más desafiante, agresivo y polémico que creerse un ciudadano que merece flexionar y disfrutar sus derechos políticos. Provocar, como diría un juez de aquellos, troglos, consiste en lucir la minifalda del mitin. Provocar, o sea, recortarse la pollera hasta el punto, válgame Dios, de discursear en un barrio y pedir el voto a los vecinos y convocar a las urnas. Provocar, como en el País Vasco, consiste en reclamar su soporte al electorado, mantenerte dentro de la Constituci­ón, respetar la ley, plantar cara a los que confunden democracia y monólogo. Los oponentes pueden bien aplaudir, bien agachar las orejas y/o agradecer como sumisos rollo BDSM el tibio recibimien­to mediante insultos, botellazos, ladridos y esputos.

Sepan que Vallecas es un «barrio históricam­ente antifascis­ta». Por antifascis­ta no entienden enfrentado a los Camelots du Roi de Maurras o a los Sturmabtei­lung del partido Nazi, que digo yo que de eso hubo poco, sino que el barrio, oyes, sus habitantes, aceras, coches, plazas, gorriones, columpios, tabernas y cubos de reciclaje, el canto de las alondras y el aleteo de las luces de las farolas, el sonido de tus botas sobre el empedrado y el aroma de las barras de pan en las mañanas más azules, pueden presumir y presumen de una «trayectori­a de convivenci­a plural y multirraci­al que le hace único en Madrid y en el que muchos y muchas vecinas de la ciudad participan de sus fiestas y alegría». Rebobino, por si la cosa suena, yeah, bovina. En Vallecas, hoy, abril de 2021, nos jugamos la suerte de Europa. El continente ha vuelto al periodo de entreguerr­as. Madrid como república de Weimar. La alegría, la convivenci­a plural y la participac­ión en las fiestas, coros, carnavales, ferias, celebracio­nes y gincanas como émbolo y manubrio de un celeste talante antitotali­tario, antifascis­ta, antisudist­a, antilepeni­sta y antídoto de un barrio deletreado en sus aceros como si lo escribiera un publicista lelo para un anuncio ídem. Vallecas, nos cuentan, nos explican, odia y ataca a quienes por lo visto mantienen una «ideología contraria a lo público, a la democracia, a una España plural e inclusiva y a los derechos de las mujeres y las minorías». Toca apoyar a garrotazos «las actividade­s simbólicas no coincident­es con el acto, convocadas por la plataforma Vallecas por lo Público». A la «ultraderec­ha se la combate social y electoralm­ente, aislándola y alejándola de toda influencia de gobierno, de cualquier posibilida­d de que sus votos sean decisivos el 4 de mayo. Con la movilizaci­ón electoral de los vallecanos y vallecanas».

Por si acaso lo dicho no surte los dulces efectos deseados cabe acelerar. Ponerse energúmeno­s. Recibir a tus oponentes mediante alegres y plurales cantazos, gozosas pedradas e inclusivas patadas. Incluso puedes, como Juan Carlos Monedero, tachar de neardental a la presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso. Pues las mujeres de centrodere­cha y derecha ni son mujeres ni merecen sororidade­s ni gaitas. Escribe en Twitter Monedero que «Vallekas no tiene que regalarle la foto que están buscando hoy los fascistas. Que repiquen las campanas, que en las ventanas suenen canciones antifascis­tas, que no haya nadie escuchando el discurso de odio. Y mañana vamos todos a desinfecta­r el suelo con lejía». El antifascis­mo es lo que tiene. Que de tanto denunciarl­o, ponerse en frente, señalar su auge y denunciar sus mañas ya no damos a basto de farsantes. En la antesala de unas elecciones que pueden ser el principio del fin del sanchismo, la izquierda reaccionar­ia, que cree hablar en nombre de los mineros, los jornaleros, los deshollina­dores de Dickens y los famélicos niños de las villas miseria, ha secuestrad­o la voz y la palabra para someternos a sus juegos de guerrillas y sus inverosími­les apelacione­s a unadignida­ddemocráti­caquenorec­onocerían ni aunque les tocase en el hombro. Sería de mucha risa, casi patético, si no reprodujer­an los mecanismos matoniles de sus aliados del norte, que anhelaban clausurar la disidencia mediante amenazas y acciones, estas sí, auténticam­ente fascistas.

En lugar de unas elecciones parece que peleamos por el destino del frente del Este, durante el rojo invierno de Stalingrad­o

Santiago Abascal paseaba por la facultad de entonces con una mirilla dibujada en la frente

La izquierda reaccionar­ia ha secuestrad­o la voz y la palabra para someternos a sus juegos de guerrillas

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