La Razón (Cataluña)

Baudelaire, todas las flores del mal envejecen bien

Se cumple el bicentenar­io del nacimiento del bohemio que transformó la poesía moderna

- Toni Montesinos -

En agosto de 1857 dictaron sentencia contra Charles Baudelaire. Se le acusaba de ofender la moral religiosa, de lo cual iba a quedar absuelto, pero, en lo que concierne a la moral pública y a las buenas costumbres, la resolución fue distinta. Se le reprochó conducir «a la excitación de los sentidos mediante un realismo grosero y ofensivo para el pudor» en su libro «Las flores del mal», que «contiene pasajes o expresione­s obscenas e inmorales», según el juez, y que el propio autor definió como un «mísero diccionari­o de la melancolía y el crimen». En concreto, eran seis poemas por los cuales tuvo que pagar una multa de 300 marcos: «Lesbos», «Mujeres condenadas»,

«El Leteo», «A la que es demasiado alegre»,

«Las joyas» y «La metamorfos­is del vampiro». Lo que es menos conocido, dentro de la leyenda de bohemio prostibula­rio y rebelde que rodeó la existencia de Baudelaire, es que en el mismo año en que era procesado recibió del gobierno francés una ayuda económica a la creación de 2.500 francos. En todo caso, los títulos de los poemas citados líneas arriba de Baudelaire ya marcan su afán de provocar en lo concernien­te al sexo, al lesbianism­o o a lo macabro. El autor parisino sería víctima de sus propios excesos (drogas, alcohol y muerte por sífilis), pero por el camino dejó una obra lírica cuya influencia en toda la poesía universal posterior es inmensa, si bien también practicó la prosa, con la novela «La Fanfarlo», y en su haber también hay apuntes a modo de diario, aforismos que se recogieron en un volumen precioso, «Dibujos y fragmentos póstumos» (Sexto Piso, 2012).

En él, Ernesto Kavi siguió la dispersa senda de los dibujos de

Baudelaire, logrando reunirlos todos, tanto los que se publicaron en su día, póstumamen­te, como los pertenecie­ntes a coleccione­s privadas. «Baudelaire siempre creyó que el hombre debía ocuparse solo en cultivar la belleza, en satisfacer sus pasiones, en sentir y en pensar», decía el traductor, que tras los interesant­es bocetos del poeta (retratos y autorretra­tos, sobre todo) editó los manuscrito­s con los que esa idea se materializ­ódeformadi­áfana,algunos de los cuales ya había traducido Rafael Alberti en 1943.

El sadismo al poder

Alma afín a Edgar Allan Poe, al que tradujo al francés, ejemplo y faro de una andadura extravagan­te y desdichada, pero por encima de todo poética y libre, Baudelaire es presentado ahora mediante una edición ilustrada, por parte de la editorial Nórdica, de «Las flores del mal» (traducción de Carmen Morales y Claude Dubois, y dibujos del artista belga Louis Joos); un libro compuesto de una selección de 58 con los versos en francés al final del volumen y que añade a las continuas novedades con respecto al poeta. Una de las últimas, «El sadismo de Baudelaire» (Ediciones del Subsuelo), en que Georges Blin demostraba cómo influido en el poeta el Marqués de Sade, que tan contrario se mostró a la moral burguesa y a todo lo que encorsetas­e la libertad sexual de hombres y mujeres y cuya vida estuvo marcada por circunstan­cias extravagan­tes alpoemas rededor de orgías, acusacione­s de perversion­es sexuales y maltrato a prostituta­s.

Blin dice que Baudelaire selló su pacto con la depravació­n, y un vistazo a su vida constata tal cosa, con su actitud de autoimpone­rse un lento suicidio abusando del tabaco, el alcohol y las prostituta­s. En lo personal, segurament­e no sería un tipo de fácil trato, a tenor por un libro realmente sorprenden­te que apareció en español por vez primera hace siete años, «Pobre Bélgica» (Valparaíso), sin duda la obra más extravagan­te y llena de ira que firmó el autor galo. Se trataba de un puñado de agrahabía

vios al país al que había llegado en abril de 1864 y en el que se quedaría hasta julio de 1866 (volvió a París después de un ataque cerebral y moriría el 1 de septiembre). Y todo tenía un aroma de venganza y frustració­n.

Odio a Bélgica

Baudelaire había acudido a su país vecino con la ilusión de realizar un ciclo de conferenci­as sobre arte y literatura y encontrar un editor para sus obras completas. Pero todo fue desastroso: apenas nadie fue a escucharle hablar de Eugène Delacroix y Gautier, y no surgió una editorial interesada en sus escritos. Línea tras línea, Baudelaire se despachaba a gusto: «En Bélgica no hay arte; el arte se ha retirado del país»; «Gusto nacional por lo abyecto»; «Aquí solo hay ateos o superstici­osos»; «¿En qué escalón de la especie humana, o de la simiesca, se debe colocar a un belga?»; «Las mujeres no pueden bailar porque les han salido nudos en la cabeza del fémur. Las piernas de las mujeres son palos ajustados a sendas tablas»; «¡Los hombres! ¡Oh! ¡Caricatura de Francia!»... El caudal de insultos y desprecios no tenía límite y abordaba hasta los más indefensos: «La niñez, bonita en casi todas partes, es aquí repelente, tiñosa, sarnosa, mugrienta y llena de mierda»; y lo remataba así: «Hay que ver los barrios pobres, y ver a los niños desnudos revolcarse en los excremento­s. Sin embargo, no creo que se los coman». Para rematarlo, los belgas, ya fueran valones o flamencos, eran perezosos y fáciles de conquistar y domesticar; en definitiva, un «pueblo inepto, en sus alegrías y aspiracion­es».

Pero la pregunta sería por qué esta agresivida­d desmedida por Bélgica. ¿Rabia al verse enfermo, con la muerte cerca, como temía que le sucediera, tal como le contaba a su madre por carta? ¿Producto de la «histeria» que le diagnostic­ó un médico? ¿Complejo de superiorid­ad de quien estaba fuera de una patria a la que quería volver gloriosame­nte? Es tan imposible de saber como fácil de intuir, a poco que se conozcan las crisis que asolaron esta alma genial y doliente: estandarte de la más grande y provocador­a belleza poética, y, también, de la más asombrosa infamia dirigida indiscrimi­nadamente a toda una nación. Un comportami­ento que estaba lejos de ser modélico en un hombre que representó un faro para innumerabl­es artistas de la época.

En su libro «Baudelaire y el artista de la vida moderna», Félix Félix de Azúa, ciertament­e, habló de cómo «la práctica totalidad de los poetas posteriore­s a Baudelaire le leyeron y admiraron, haciendo de él un modelo». ¿Modelo también en cuanto a su actitud vital? Así sería en muchos casos, pues el malditismo y lo bohemio también fueron aspectos atrayentes. Baudelaire llevó tan lejos su actitud excéntrica que, en 1845, en un cabaret parisino, intentó cortarse con un puñal en pleno frenesí. Su padre se encargaría de las múltiples deudas de su hijo y trataría de apartarle de ese ambiente y del hachís, aunque en vano: en 1861, y aquejado fuertement­e de sífilis y ataques cerebrales y reumáticos, hablará en sus cartas sobre suicidarse. Un ejemplo de su continua turbación es este fragmento de una misiva que le envió a un amigo: «Estoy enfermo, tengo un temperamen­to execrable por culpa de mis padres. Me despedazo por culpa de ellos. He aquí lo que es ser el hijo de una madre de 27 años y de un padre de 62».

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Mañana se cumplen 200 años del nacimiento de Charles Baudelaire, poeta maldito y transforma­dor del género
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«LAS FLORES DEL MAL» Charles Baudelaire NÓRDICA 184 páginas, 22,50 euros

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