La Razón (Cataluña)

Una travesía por España sin salvocondu­cto

- José Aguado Ulises Fuente Esther S. Sieteigles­ias Javier Ors

DespuésDes­pués de periodista, la profesión más romántica es la de capitán de navío. Al frente de un precioso velero atracado en el puerto de Arrecife, en Lanzarote, se encuentra el capitán Charles. Con tatuajes de anclas y brújulas, este joven británico lleva residiendo en un histórico Nautor Swan durante años. Debido a la pandemia de coronaviru­s, el dueño del yate, que no vive en las islas Canarias sino en las británicas, no puede salir a alta mar tanto como le gustaría. Sin embargo, Charles tiene el barco siempre listo y cuidado hasta el más mínimo detalle. El capitán de piel curtida es conocedor de las principale­s superstici­ones naúticas, rememora a los piratas más famosos de la historia y cree firmemente que el coronel William Bligh (interpreta­do por Anthony Hopkins en la película de 1984 «Motín a bordo») es un héroe, mientras que el segundo de a bordo, Fletcher Christian, (Mel Gibson en el mismo film) es un traidor por mucho que se le hable de su odisea hasta las islas Pitcairn y que aún hoy los pobladores de ese remoto lugar sean descendien­tes de los amotinados de «The Bounty»,

como se llamaba la malograda fragata de la armada británica. La última travesía que ha realizado el capitán Charles no la ha hecho en su navío. Conoció a un joven mitad francés mitad español en el puerto, vecino de amarre, y se hicieron amigos. El francoespa­ñol debía volver a la Península en el barco y Charles decidió acompañarl­e. Partieron desde Arrecife y estuvieron navegando cinco días. Durante el trayecto, cientos de tortugas migrando hacia el sur y decenas de delfines al ralentí de las burbujas de la embarcació­n. Finalmente, después de avistar tierra arribaron a Málaga. Al llegar nadie –en pleno estado de alarma y cierre perimetral entre comunidade­s autónomas para contener la covid-19 en España– ninguna autoridad, les pidió una PCR ni demandó el motivo de su viaje. Tampoco un salvocondu­cto, que por supuesto carecían de él. Salieron por Málaga y disfrutaro­n de un día de tapas y puestas de sol en terrazas. Después, el capitán cogió un avión hasta Madrid. A su favor diré que él aún no sabe mucho español como para estar al tanto de todas las restriccio­nes –y tan cambiantes– que existen en nuestro país. Ni en Málaga ni a su llegada a Barajas le demandaron un test negativo de coronaviru­s, nadie le preguntó por la causa de su viaje. Tampoco enseñó un salvocondu­cto. En Madrid cogió otro vuelo hasta Lanzarote, donde ocurrió algo similar. Ni en el punto de partida ni al aterrizar en la volcánica isla canaria fue preguntado por ninguno de estos documentos pandémicos. Al informarle de todas las imposicion­es que reinan en España el capitán no da crédito. Ajeno a la tercera ola, ya está poniendo a punto el motor a la espera de su siguiente travesía.

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La vida de capitán de navío, es la vida mejor
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