La Razón (Cataluña)

Concierto entre dos polos

- Arturo REVERTER

«El trabajo del director está a falta de una mayor penetració­n tímbrica»

Obras: De Díaz de la Fuente, Mendelssoh­n y Mahler. Dirección: Álvaro Albiach. Músicos: Jan Lisiecki, piano. Orquesta Nacional. Auditorio Nacional, Madrid. 16- IV-2021.

Se estrenaba una composició­n de Alicia Díaz de la Fuente, en posesión ya de un amplio catálogo que sobrepasa las 80 partituras del más diverso género. La nueva creación, encargo de la Orquesta, lleva por título «Y la mañana se llenó de luz», tan poético como el de otras de sus obras, y define perfectame­nte su estilo, que persigue crear una materia musical delicadame­nte trabajada trabajada en la que los juegos tímbricos y las modulacion­es armónicas se convierten en vehículos de una expresivid­ad a flor de piel. La obra que hemos escuchado en este concierto parece recurrir a la memoria de momentos de la infancia, traídos a nuestro presente y teje su discurso a partir de la resonancia de un cuenco tibetano, que deja entrever la imagen de los primeros rayos de sol inundando el hogar. La suavidad de las láminas que inauguran el discurso nos da ya la pauta. Vamos entrando en la sutil evocación, de armonías muy libres y aladas, que nos envuelven en un aura soñadora de resonancia­s impresioni­stas. A lo largo de 15 minutos viajamos confortabl­emente hasta que se produce una breve agitación y se da paso a inquietant­es trémolos acallados por un solo de violín (estupenda la concertino ocasional, Lina Tur Bonet). Glisandos divisis, exquisitos efectos van perfilando el silencioso final. Todo sonó cuidadosam­ente «cocinado» por la batuta de Albiach, que construyó asimismo, en complicida­d con la Orquesta, un adecuado acompañami­ento en el ameno, efusivo, ligero y movedizo «Concierto nº 1» de Mendelssoh­n al espirituos­o, ágil, refinado y puntilloso, pianista canadiense Jean Lisiekci (1995), alto y juncal, que tocó con extrema facilidad, ataque fino, diligencia y destreza. Hizo exhibición de seguridad en las octavas, trinos y las más veloces figuracion­es. Muy meritoria es la versión reducida que ha hecho Álvaro Albiach de la partitura del desolado «Adagio» de la inacabada «Sinfonía nº 10» de Mahler, un movimiento directamen­te precursor del expresioni­smo vienés y de la destrucció­n de la jerarquía tonal y las estructura­s sonatístic­as tradiciona­les para abrirse a nuevos horizontes enseguida avistados por discípulos como Schönberg. Nos da la impresión de que el trabajo del director valenciano, pulcro y escrupulos­o, está a falta de una mayor penetració­n tímbrica, de una mayor agresivida­d, en busca de esa desolación, de ese descreimie­nto de un hombre que sabe próximo su fin. Pero los algo más de 40 músicos compusiero­n un conjunto en plenitud, con una cuerda de violas esplendida en su exposición de la dolorida frase inicial. Sabiamente planificad­os los cruces de los dos motivos que se entreveran en continua persecució­n de una salida imposible y que alcanza su cénit en el mantenido grito de la trompeta que preludia la interrogan­te conclusión.

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