Agnès Varda, y su legado, llegan a la Filmoteca Española
El Cine Doré acoge una retrospectiva de la voz más tierna de la «nouvelle vague»
En «Los espigadores y la espigadora», el documental dirigido a comienzos de siglo por Agnès Varda, la realizadora hablaba ya sin ambages de la muerte, entendiendo que sus «arrugadas manos» eran un presagio y «una evidencia de lo inevitable». Sin embargo, entre aquel proyecto y su fallecimiento en 2019, todavía le quedaban por vivir una Palma de Honor en Cannes, varios premios César y hasta su primera nominación al Oscar («Caras y lugares») justo después de haber sido galardonada con la estatuilla honorífica.
«No creo que buscase nunca hacer un testamento fílmico de su cine, sino construir una versión pedagógica del mismo, como queriendo enseñárselo a las generaciones futuras». Así entiende la filmografía de su madre Rosalie Varda, protectora del legado de la voz más tierna de la «nouvelle vague» y de visita en Madrid para apadrinar la completa retrospectiva que le dedica la Filmoteca Española, con más de 15 películas entre marzo y mayo.
«He aprovechado estos tiempos tan oscuros para ordenar documentos y encontrar incluso apuntes que creíamos perdidos», explica en entrevista con LA RAZÓN antes de seguir: «Cualquier iniciativa que de a conocer el cine de mi madre será bienvenida. Incluso si proviniera de una plataforma», aclara. La puntualización de Varda no es casual, ya que antes de sentarse con cualquier servidor de «streaming», exige que las películas sean acompañadas de un acuerdo curatorial: «Lo digital permite que personas que en su vida se acercarían al cine lo hagan, pero es de lógica exigir una contextualización de lo que se está viendo. Hay que ir hacia un modelo editorial, donde las recomendaciones vayan más allá de lo que esté de moda, exigiendo que las plataformas eduquen más que exploten», añade.
Encargada del área de vestuario de varias de las películas de su madre, así como productora del reciente y muy recomendable documental «Varda por Agnès», Rosalie cree que la huella en la historia del cine de la directora de «Cleo de 5 a 7» o «La felicidad» va mucho más allá de ese cajón feminista en el que, a veces, se la quiere encerrar: «Mi madre detestaba la idea de los festivales ‘‘en femenino’’. Creía que fueron necesarios en su momento, a mediados de los sesenta y principios de los setenta, pero ya nunca más. Ella me decía: ‘‘Yo no hago películas de mujer, hago películas. Soy una artista y punto’’», recuerda antes de rematar: «Creo que su cine puede seguir vivo a través de quien la cita, como Ava DuVernay o Céline Sciamma, pero su militancia pasaba, precisamente, por derribar esa barrera».