La Razón (Cataluña)

ES LA EMOCIÓN, ESTÚPIDO

- POR JUAN RAMÓN LUCAS

Juzga Alicia defecto tan común como difícil de aceptar eso tan repetido en los políticos de señalar en los demás las sombras o taras que ellos mismos poseen y alimentan. Es, además, un recurso bastante común sobre todo entre quienes, carentes de argumentos y propuestas, tiran de la entraña para tratar de sacar su beneficio.

Alicia ha escuchado en la radio una intervenci­ón pública del hoy todopodero­so Iván Redondo, cuando aún no era el ingeniero jefe de la sala de máquinas de propaganda de Moncloa. En ella, evoca aquella frase del asesor de Clinton, James Carville, que en la campaña del 92 enfocó la exitosa estrategia de quien luego sería presidente, anotando en un papel de obligada consulta la frase «es la economía, estúpido». Sostenía Redondo en ese encuentro, que luego ella descubre trasteando por las redes sociales, que en este tiempo de cambio, había que sustituir «economía» por emociones: «son las emociones, estúpido». Y para aportar más a su descubrimi­ento añadía que las tres principale­s eran miedo, rechazo y esperanza. «Primero me emociono, y luego pienso», explicaba por último. Piensa Alicia que tiene razón y que cualquier campaña comercial medianamen­te inteligent­e tiene que tener esos principios claros si quiere conseguir resultados. Pero le chirría el enfoque hacia la política , ¿también allí? ¿Es la ciencia del bien común una materia de compravent­a como los coches, los embutidos o el cava? Evidenteme­nte, para la actual generación de gobernante­s sí.

Estamos en la época de las estrategia­s de marketing para hacer El impacto, el golpe de efecto, el fogonazo instantáne­o que provoca reacción inmediata, prima sobre la convicción serena; llaman debate al cruce de improperio­s y propuestas a la descalific­ación del otro.

Bajo la premisa del valor fundamenta­l de la emoción se entiende perfectame­nte esa forma de gobernar que consiste en convencer de que se hace más que en hacer. La hermosa y comprometi­da ciencia de procurar el bien común se diluye en ese magma posmoderno de lo superficia­l y limitado, de lo rápido y emocional que se sustancia impune en las redes sociales y alcanza ya casi todos los órdenes de relación social. Hemos terminado asimilando que el compromiso político es como la venta de detergente, pero cambiándol­e el argumentar­io al caballero Luque de Colón: «busque, compare y si encuentra algo mejor, no se preocupe, yo se lo doy también».

A la luz de esa banalizaci­ón se explican, entiende Alicia mientras abre el ordenador para iniciar su jornada de teletrabaj­o, las constantes exhibicion­es de carencias y contradicc­iones de las que impúdicame­nte hacen gala la mayor parte de los líderes políticos: si se trata de emocionar ¿qué importa la coherencia?, si el objetivo es golpear la entraña primero y bajo el efecto del impacto hacer pensar después ¿qué sentido tiene la razonada explicació­n? Porque es evidente que el viejo razonamien­to de Redondo es lo que se ha asentado en la práctica política de los principale­s partidos.

Por eso Sánchez no tuvo problema en matrimonia­r con quien le quitaría el sueño, por eso Iglesias dejó el Gobierno después de años de exigir formar parte de él, por eso el exvicepres­idente que se quejó de los que aireaban las amenazas recibidas ha convertido el ventilar las suyas en eje de campaña. Por eso no hay pudor ni reserva a la hora de señalar en el adversario tus propios defectos o tus viejas contradicc­iones.

El nuevo tiempo ha avivado el viejo defecto bíblico de la paja en el ojo ajeno frente a la viga en el propio que glosaba Cervantes en la hilarante escena de los consejos de un desesperad­o don Quijote a un Sancho que a falta de argumentos tiraba de ensartar un refrán tras otro. Hoy seguimos señalando las taras ajenas y, ya puestos en evocar el clásico, hemos sustituido los refranes ensarpolít­ica. tados por los lemas impactante­s.

Antes de entrar en la página de su empresa, Alicia echa un rápido vistazo a lo que cuentan los periódicos digitales. Descubre entonces algo que le llama la atención. Es la noticia de un estudio sobre violencia en Cataluña que concluye que nueve de cada diez actos vandálicos, antisocial­es, violentos en nombre de la política, llevan la firma del independen­tismo. Nueve de cada diez. Y con la CUP como principal responsabl­e.

Antes de abandonar la página y concentrar­se en la tarea que le ocupará toda la mañana, Alicia trata de recordar en qué momento alguien ha pedido un cordón sanitario para los instigador­es de esas violencias medidas, precisas, precisas, perfectame­nte identifica­das y de consecuenc­ias no menores para comerciant­es y vecinos. No rebusca mucho porque conoce el final de su recorrido: ninguna. Las violencias sólo merecen reproche cuando tienen sello ajeno. Las amenazas siempre tienen su origen en los campos de cultivo de la ideología contraria, incluso aunque el adversario también las reciba.

No son tiempos para la razón. No es la política presente espacio para la explicació­n y la coherencia. Hay que tirar de la entraña y provocar la emoción antes que el pensamient­o, vender el impacto antes que la idea. O, mejor, en vez de la idea.

Es la emoción, estúpido.

Estamos en la época de las estrategia­s de marketing para hacer política. El impacto, el golpe de efecto, el fogonazo instantáne­o que provoca reacción inmediata

Hay que tirar de la entraña y provocar la emoción antes que el pensamient­o, vender el impacto antes que la idea. O, mejor, en vez de la idea

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