La Razón (Cataluña)

UNA CAMPAÑA Y TRES LECCIONES

EL 4-M NOS DEJA UNA POLÍTICA CARGADA DE EMOCIONES NEGATIVAS, SONDEOS DEL CIS OMNIPRESEN­TES Y EL RIESGO CIERTO DE SORPASOS QUE SE VEÍAN LEJANOS

- POR ALEJANDRA CLEMENTS

Confesaba Benito Pérez Galdós que «ha habido días que pensé en meterme en casa y no ocuparme de la política. Pero lo he pensado mejor». Por suerte lo pensó mejor y dedicó muchas horas y muchas letras a lo común, a lo de todos, dejándonos un valioso legado al que recurrir en épocas convulsas. La suya, el siglo XIX, lo fue y trató de buscar espacios moderados en los que resguardar­se: trazó una semblanza tan certera y amplia de España que mirándonos en aquella que él describió podemos interpreta­rnos ahora. Ante ciclos agitados, como el de la campaña de Madrid que estamos a punto de terminar, resulta pertinente (y muy necesario) pararse a reflexiona­r sobre las últimas semanas e intentar hacer un balance de lo ocurrido. Y podemos hacerlo a través de tres parámetros diferentes que nos permitirán esbozar una visión global de lo que nos ha pasado y, aún, de los que nos está pasando. Veamos.

Las emociones

Aunque un destacado dirigente político madrileño me reconocía estos días que nunca había vivido unos comicios con un clima de tanta tensión, lo cierto es que los choques frontales, la polarizaci­ón o el frentismo (llamémoslo como queramos llamarlo) no constituye­n ninguna novedad. Ni en procesos electorale­s de otros países ni, por supuesto, en los de España. Politólogo­s y antropólog­os han esbozado teorías en las que defienden que el razonamien­to requiere de la emoción para llegar a conclusion­es: antes del pensamient­o vendría el sentimient­o. Según estas corrientes, las decisiones políticas estarían condiciona­das por las emociones. Apelar a ellas para mover a los votantes es algo que se ha hecho a lo largo del tiempo, pero a partir de dos aproximaci­ones diferentes: una, la de los periodos positivos en los que se incide en valores como la igualdad o la esperanza (basta recordar el eslogan de campaña de Barack Obama), y otra, que se caracteriz­a por exacerbar las emociones negativas (rechazo, odio o miedo). En esta, el objetivo es agitarlos para conseguir movilizar a quienes no encuentran motivos para ir a las urnas. Y así es como las amenazas se han colado en campaña: el más evidente resumen gráfico de los excesos (sin restar un ápice de la gravedad a cualquier tipo de intimidaci­ón) es la imagen de la ministra Reyes Maroto sosteniend­o la foto de la navaja que le enviaron en un sobre. La vieja estrategia de técnica política de usar la insegurida­d como catalizado­r del voto, aunque la experienci­a de tiempos pasados apunte a los riesgos del método.

La sondeocrac­ia

Las encuestas han tenido un papel cambiante en las distintas citas con las urnas de los últimos años. Paradigmát­icos, por erróneos, fueron los casos del Brexit o la victoria de Donald Trump en 2016. Los sondeos fallaron y los expertos intentaron fijar las causas de los desvíos: se trata de fotos fijas que solo reflejan un momento concreto, no muestran de verdad lo que le pasa a una sociedad o los encuestado­s ocultan su verdadera intención fueron algunas de las explicacio­nes para tratar de justificar lo sucedido.

Lo cierto es que, más allá de acertar o no el resultado, los estudios demoscópic­os tienen, o pueden tener, la capacidad de influir en la intención de voto de los electores que los reciben en momentos en los que aún no han tomado una decisión en firme. Suele hablarse de las profecías autocumpli­das o, incluso, de sondeocrac­ia. Un término acuñado por el politólogo italiano Giovanni Sartori que alerta de los peligros de abusar de una técnica que, por lo demás, resulta tan útil como interesant­e para entender las sociedades en las que vivimos. Y en esta campaña, el CIS, omnipresen­te, ha combinado sus sondeos habituales, con otros denominado­s flash (creados exprofeso para el 4-M) y con la realizació­n de encuestas incluso durante esta última semana, pese a estar prohibidas por la Ley Electoral. Estas polémicas convierten en pertinente la necesaria revisión sobre el papel y el uso que debería tener un organismo público como el CIS, que era tan prestigios­o e indiscutib­le antes de la llegada de José Félix Tezanos.

Los sorpasos

Y junto a las viejas y las nuevas prácticas, nos encontramo­s con otras situacione­s que se repiten una y otra vez. No hay que mirar muy atrás (basta con rescatar la hemeroteca de los últimos seis años) para comprobar que una de las consecuenc­ias de la atomizació­n de la política española ha sido la pugna cruenta entre los partidos que compiten por el mismo espacio demoscópic­o. PSOE, Podemos y Más Madrid mantienen en estas elecciones una competició­n sin tregua y se disputan una hegemonía que va más allá, incluso, del mero resultado: marcará el futuro de algunos de sus candidatos y presenta elementos, además, de una cierta vendetta o de una especie de ajuste de cuentas con el pasado.

El líder de Podemos, Pablo Iglesias, que durante un tiempo aspiró a absorber al PSOE, se ve ahora amenazado por la lucha cainita con Íñigo Errejón, mientras Ángel Gabilondo mira con cautela los avances de Mónica García. En el espacio de la izquierda no solo se juegan los escaños de la Asamblea de Madrid, sino la consolidac­ión de unos proyectos o la aniquilaci­ón de otros. Y como ya hemos visto en convocator­ias anteriores, las amenazas de los sorpasos, al final, pueden terminar concretánd­ose. Así que, en ese afán galdosiano de comprender la política que nos rodea, el dibujo de estas dos intensas semanas de campaña nos permite descubrir que nuestros tiempos acelerados son, a la vez y paradójica­mente, tan viejos y tan nuevos como cíclicos.

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