La Razón (Cataluña)

¡QUE DIOS REPARTA SUERTE!

- Emilio de Diego Emilio de Diego, de la Real Academia de Doctores de España

LaLa campaña que concluye, o al menos debería concluir mañana, ha transcurri­do como se temía, a la vista de la precampaña: bronca e inútil; más allá de la batalla por el poder a cualquier precio. Hemos asistido a un ejercicio patético de incapacida­d política; un ejemplo nefasto de malas formas y discursos vacíos, salvo algunas pinceladas sueltas. Madrid, los madrileños, merecían otra cosa. ¿O no? Lo veremos. La puesta en escena, con el debate transmitid­o por TeleMadrid, fue deprimente. Abrió la sesión «el Capitán Audaz» con un introito propio del siglo XIX y, de inmediato, la nota «progresist­a», la descalific­ación absoluta de sus enemigos. A partir de ahí, todos en su papel; incluidas todas.

Hubo, eso sí, dos sorpresas. La primera cuando el ex-vicepresid­ente del Gobierno desplegó un llamativo alarde de cifras, sobre los efectos letales del coronaviru­s. Curioso, después de más de un año ocultando y manipuland­o el número de víctimas; segurament­e estos datos también lo estaban. La segunda, cerca ya del final, cuando el candidato del PSOE, afectado por un súbito ataque de verismo, advirtió angustiado a su colega de Podemos que les quedaban doce días para ganar conjuntame­nte las elecciones. Fue una declaració­n demostrati­va de su compromiso de no pactar con los podemitas, a ningún precio. La confirmaci­ón palmaria de que Madrid, según venía repitiendo el mismo Gabilondo, se merece un gobierno decente, que no mienta. Resultó un magnífico ejemplo de autoexclus­ión y liberó a sus posibles votantes de complicida­d en tan burdo engaño. ¿O no?

Dos días más tarde se produjo una tercera sorpresa. Como el ensayo televisado no había resultado atractivo, alguno temió que, en medios radiofónic­os, aunque fueran tan neutrales como la SER, la cosa podía resultar peor. Así pues, aprovechan­do la ocasión suscitada por la actitud de Vox, ante una insólita campaña de amenazas, el «Capitán Audaz», animador del cotarro político, salió de estampida. Se acabaron los debates. No fuera a ser que se hablara, aún por casualidad, de algún tema importante. (Nada que ver con el lema de la candidata Higeia). Claro que la presidenta en funciones, curándose preventiva­mente de espanto, no había asistido a aquella cita.

El debate como medio de discusión formal, contraste de ideas y opiniones, apoyado en argumentos claros para la defensa de las tesis propias y crítica de las de los oponentes, requiere una exhaustiva preparació­n previa, saber escuchar y hablar. Mejor si se posee además capacidad dialéctica, brillantez en la exposición y agudeza en la réplica; siempre con respeto a la legítima libertad de opinión. El debate encuentra sentido en la oportunida­d que ofrece para contrastar las propuestas de los distintos candidatos. O sea, los respectivo­s programas. Pero aceptada la «tierna» teoría de que se hacen para no cumplirlos, pierden su sentido. Se imponen entonces los monólogos cerrados, desde la percepción grosera de la realidad y la falta de respeto. Tales reuniones solo sirven para confrontar cuestiones personales, con gran arrogancia y ausencia completa de autocrític­a. El debate, invitación rotunda y bella, en los versos de Antonio Machado, para evitar el dogmatismo impuesto: «Tú verdad, no; la Verdad, y ven conmigo a buscarla. La tuya guárdatela», nada tiene que ver con estas prácticas a la moda.

El siguiente paso, al menos últimament­e, es la delimitaci­ón de bloques herméticos e impermeabl­es. Pero sobre todo maniqueos: la bondad es nuestra y la maldad ajena. Finalmente se entra en un juego de dudosa factura democrátic­a; el aislamient­o, mediante la implantaci­ón de un «cordón sanitario», que excluya a la formación política que se le antoje al promotor de este tipo de actuacione­s. Sin embargo, es una medida de resultados no siempre acordes a los objetivos previstos, según demuestra la historia de las epidemias. Su eficacia suele ser más bien escasa e incierta. A veces los declarados contagioso­s se libran de la contaminac­ión de los supuestame­nte sanos y, más que damnificad­os, acaban siendo beneficiad­os. Si algo sufre siempre los efectos negativos de estas maniobras es la convivenci­a y la libertad de todos.

Con estos mimbres la actual campaña, salvo alguna sorpresa de última hora, ha sido un modelo de desprecio a la verdad y a la búsqueda del entendimie­nto; una oportunida­d perdida desde Madrid, rompeolas y escaparate de las Españas, para apuntar algún propósito de regeneraci­ón en la vida pública. La agitación social, el incremento de las tensiones y el miedo al otro descartan la construcci­ón de algún proyecto común, siempre deseable. Desde tales premisas, cualquiera de los aspirantes a encabezar la Comunidad de Madrid, solo podrá ser presidente, en el mejor de los casos, de poco más de la mitad de los madrileños.

Como «fin de fiesta» se ha puesto en práctica un género literario-intimidato­rio acompañado de algunas balas. No se sabe a ciencia cierta, ¿o sí?, quién es o quiénes son autor-autores de tan bizarra maniobra. En su versión más «castiza» el objeto aterrador es una navaja, faca, chaira, charrasca, … o como quiera denominars­e. En todo caso una amenaza intolerabl­e. Hasta ahora, los investigad­ores han detectado un brote de imbecilida­d en diferentes localidade­s del país, en las cuales parecen ubicarse los presuntos remitentes de las cartas. Por otro lado ha vuelto a manifestar­se un episodio de «delirum monarquici­da», pero se trata de un caso recurrente y conocido, de consecuenc­ias poco preocupant­es, salvo para el sujeto afectado.

«La campaña ha sido un modelo de desprecio a la verdad»

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