Picasso, el arte ibero que lo condujo hasta unas orejas
Una nueva muestra indaga en la relación entre el autor de «Las señoritas de Aviñón» y el arte prerrománico
A Buñuel le asociamos el ojo, la mirada. A Vermeer, quizá, sus labios y el deseo. Serán pocos, eso sí, los que al oír el nombre de Pablo Picasso piensen en las orejas de su pintura y grabados. «Se ha dicho que “Las señoritas de Aviñón» fue el primer cuadro que llevó la marca del cubismo, y así es. También se dice que estaba influido por el arte negro, pero eso no es cierto. ¿Recuerda el asunto en el que me vi involucrado cuando Apollinaire robó unas estatuillas del Museo del Louvre?», le preguntó el artista a un periodista en 1962, antes de responderse a sí mismo: «Eran estatuillas iberas. Pues bien, si mira las orejas del cuadro, de las señoritas, reconocerá las (orejas) de esas mismas estatuillas». Así de meridiano resumía el polímata el génesis de su idilio con el arte prerrománico, una relación que revive ahora gracias a «Picaso Ibero», la nueva y titánica exposición de un Centro Botín de Santander que vuelve al gran formato y espera «poder recibir visitantes de fuera de Cantabria lo antes posible», explica Fátima Sánchez, directora ejecutiva de la institución.
A través de más de 200 piezas entre trabajos del pintor y joyas arqueológicas de cuidada edición curatorial –con 14 esculturas del Louvre, 41 del Museo Arqueológico Arqueológico Nacional y varios préstamos del Museo Picasso de París (entre ellos, el valioso autorretrato del artista firmado en 1906)–, la muestra orquestada por Cécile Godefroy resultado de tres años de investigación pretende estudiar la no tan obvia relación entre ambos mundos: «El imaginario picassiano no se puede entender sin el arte ibero. Hay en ello una dimensión arcaica, quizá también en relación con Gauguin y Rodin, que descubre el secreto de su iberismo, abriendo una puerta al descubrimiento de nuevas formas y figuras». ¿Sin los yacimientos de Elche o Alcoy no habría cubismo? La comisaria Godefroy no iría tan lejos: «Sería caer en el reduccionismo, pero sí es cierto que, entre 1906 y 1918, la relación es de extrema importancia», explica.
Un arcaico secreto
La muestra, estructurada en torno a tres espacios museográficos, sigue un orden cronológico: primero nos adentraremos en la definición propia del arte ibero, y luego, de manera más interesante, en el propio descubrimiento de los manierismos prerrománicos por parte del pintor, ya en París y a través de esas excavaciones de levante, ciertamente reivindicables como patrimonio estatal, ya que salieron de España mediante acuerdos poco elegantes y que terminaron en el Louvre.
Quizá el punto de inflexión sea la admiración de Picasso por las cabezas votivas del Cerro de Los Santos, que provocaron que volcara en sus estudios y trazos ojos rasgados y hieráticos, casi felinos, descargando la responsabilidad de vida del cuadro de ellos y centrándola en la torsión del busto o la caída del cabello, regalándose una especie de reinterpretación de los pesos canónicos. Al final del recorrido hay espacio para los exvotos del malagueño, figuras «apócrifas» de motivo animal.
Este último punto es clave, ya que la exposición da buena cuenta de cómo los relieves hallados en Osuna influyeron inequívocamente el «bestiario» de Picasso.
Desde los toros de pequeño formato y las quimeras, grifos y demás pesadillas a modo de tallas casi religiosas, la fuerza animal se manifiesta en el artista desde bien temprano y la línea historiográfica, ya de lo más obvio, se puede trazar desde esos anecdóticos trabajos hasta obras magnas como el «Guernica» o su «Corrida de toros». «Los rasgos deformados de la cabeza sintetizan el dolor y la rabia del animal, bien sea como presa o devorador», añade la comisaria sobre ese ideario adoptado por Picasso del arte ibero con el que comparte zoonomía, sí, pero también violencia, ira y un papel pasivo de la mujer.
Más allá de las revisiones, la exposición del Centro Botín, que se podrá visitar hasta el próximo 12 de septiembre, es también un primitivo retorno a sus esencias y una oda al legado de un Picasso que nunca escondió su pasión por lo prerrománico como vía unívoca hacia el cubismo.