Eduardo Mendoza y un ingenioso viaje al final del revuelto siglo XX
Retrata esta vez el final de la Guerra Fría, el declive de las ideologías y la España de los Juegos Olímpicos en una nueva aventura de Rufo Batalla
Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) ha cultivado en los últimos años un realismo irónico caracterizado por la distanciada comicidad, el jocoso retrato costumbrista y una paródica mirada sobre señeros acontecimientos históricos. En sus últimas novelas –«El rey recibe» y «El negociado del yin y el yan»– recreaba las peripecias de Rufo Batalla, intrépido periodista y ocasional agente secreto que reencontramos en «Transbordo en Moscú», una enrevesada intriga que le remite, viajando por toda Europa, a pasadas aventuras junto al príncipe Tukuulo y su refinada esposa. La acción se sitúa en la época previa a la entrada de España en la CE y arranca con la boda del protagonista, entrevistado por el interés que despierta su enlace con la rica heredera de una familia de la alta burguesía catalana. Con el trasfondo de una agonizante Guerra Fría y la inminente caída del Muro de Berlín, nuestro héroe se verá inmerso en hilarantes embrollos y no pocos equívocos.
Cinismo y realidad
Algún personaje, como un intrigante señor Solsona, no oculta su cinismo al comentarle a Rufo las oportunidades de una convulsa coyuntura económica: «El Telón de Acero se ha venido abajo y detrás ha aparecido un mercado colosal. No solo para colocar mercancía, sino para invertir, para entrar en una red de comunicaciones y servicios que hoy por hoy debe de ser una birria. Eso supone un desembolso tremendo, una carrera enloquecida. El primero que llegue se lleva el botín; el segundo, las migajas; el tercero, se pilla los dedos».
El protagonista se ve impelido, con fatal determinismo, a una vida aventurera que deberá compaginar mal que bien con la anhelada vida familiar. Estas contrapuestas existencias le generarán la mala conciencia de quien debe asumir un constante fingimiento identitario. Sus aventuras y despropósitos, en el río revuelto de una Europa que cambiaba vertiginosamente, fluyen con el hilarante humor de un escritor como Mendoza, que encara la realidad con una irónica mirada teñida de estoico escepticismo; sin olvidar la sátira, un punto entrañable, de la narrativa de espías.
Así, se radiografía, con perspicaz ingenio, el agitado final del siglo XX, ahondando en un mundo marcado por el declive de las ideologías, el auge tecnológico y un expansionismo económico. La agilidad de unos ocurrentes diálogos y la sucesión de imprevistos hacen de la obra un inteligente divertimento que no obvia la acertada reflexión sobre lacerantes contradicciones de nuestro presente.