La Razón (Cataluña)

«Diario del ladrón»: hambre, dolor y vida del chapero Jean Genet

El controvert­ido autor vertió en estas páginas las experienci­as de la mala vida que gastó en su juventud. Para muchos es una obra maestra

- POR JAVIER ORS

Dicen que su madre fue una prostituta, que era huérfano, inteligent­e, y que le gustaban las letras, que pudo haber sido muy grande y que, si le hubieran dejado, habría podido llegar muy lejos. Pero también dicen que los caminos se torcieron, que el cielo del futuro se nubló y que aquella vida que pudo ser nunca sucedió, y la que fue y disfrutó, en realidad, fue la única que podía ser.

Hay tipos con los que se siente cierta afinidad, aunque de haber coincidido en el tiempo y también en el espacio a lo mejor no se hubiera trabado ese vínculo. Jean Genet despierta siempre la simpatía de los hombres con talento que se han perdido porque las cosas les vienen mal dadas, porque la sociedad no le quiere o no lo integra o no tiene empatía por él o no le da la maldita gana de aceptarlo. No era un rebelde, solo distinto, alguien cuya voluntad no cabía en ningún arcón social y al que le gustaba leer. A partir de ahí, tras descubrir que era hijo de una madre que lo había abandonado, que no le gustaba la escuela pública en la que lo habían enclaustra­do y de fugarse de esos muros educativos, va hundiéndos­e su vida, pero, en cambio, elevándose su alma. Genet vivió mucho, perdiéndos­e mucho. Lo suyo fue siempre la circunvala­ción, nunca la línea recta. Sus sediciones adolescent­es le pusieron en el camino de la huida, que durante unos años no parece algo aislado, sino una constante, como la respiració­n jadeante de un corredor de fondo. Toma los hábitos de la Legión, cuerpo militar que siempre ha tenido algo de orden religiosa, conoce países, incluidos los de Oriente Próximo, va despuntand­o su sexualidad y termina, de nuevo, volviendo a la senda del prófugo para escapar, siempre hacia adelante, sin mirar nunca hacia atrás. No está mal para, de momento, solo ser un joven.

Hambre y superviven­cia

Genet, en París; Genet ya alejado de las prendas y los horarios castrenses; Genet codeándose con el hambre y la superviven­cia en la ciudad de la Place Vendôme, la Torre Eiffel, Notre Dame, el Museo del Louvre, las viejas calles de esa generación de los USA perdida por la bohemia europea. Hizo lo que muchos hombres sin un pedazo de pan para llevarse a la boca: robar, venderse, prostituir­se, vagabundea­r por Francia o por donde sea. El cuerpo no vale nada, no sirve de nada, no es más que níquel sucio cuando las entrañas están frías y el espíritu sobrevive como una llama en el pábilo de una vela.

Si en la biografía de Genet existe algo más impresiona­nte que sus

experienci­as fue su capacidad para convertir en literatura todo aquel dolor que debió sentir: la cárcel, las acusacione­s, el desprecio, las denuncias. Ahí está «Diario del ladrón», que narra la vida del autor entre 1932 y 1940. Lo cuenta todo, pero, sobre todo cómo lo cuenta, en un estilo directo, sin desmelenar­se en las curvas más dificultos­as de la narración y la confesión. La obra es todo un vuelo literario, pero hecho para corazones limpios de prejuicios. Fue escandalos­a y un éxito. Los artistas e intelectua­les que apostaron por él lo salvaron de tanta prisión. Acabó viviendo en un hotel.

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Portada de la primera edición de la obra que salió en 1949
«Diario del ladrón» Jean Genet Portada de la primera edición de la obra que salió en 1949

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