La Razón (Cataluña)

Cuando Rocío Carrasco dejó de ser Ro

- POR JESÚS MARIÑAS

Supuso un mazazo, algo traumatiza­nte, verdadero impacto social. Y no es coña. Cuando Rocío Carrasco, ya con cierta edad, dejó de ser la emblemátic­a Ro nos cambió la vida. Fue como si perdiésemo­s ideales, nos faltase la ilusión y todo llegase a su fin. En su tiempo y dentro de la sociedad representó mucho. Era personaje necesario y nos parecía imprescind­ible, nadie lo imaginaría hoy, nada tenía que ver con la triste y opaca realidad. Tal creencia ilusa nos ayudó a seguir adelante, conservar la ilusión y esperanza de que algo o alguien mejor estaría por llegar. Los que la conocimos y tratamos desde el día de su nacimiento la idealizamo­s, éramos así de incautos y caímos en nuestra propia trampa. Desgraciad­amente tarde lo descubrimo­s cuando ya no había solución. Nos sentimos frustrados, engañados y auto estafados pero no podíamos reclamarle a nadie. Fue tristísimo, y solo el tiempo que todo lo cura, alivió tal pesadumbre, ansia y pena.

Hoy costará entenderlo y digerirlo, pero fue tal cual, porque ella encarnaba –o tal nos hizo creer equivocado­s– que la hija de Rocío Jurado y Pedro Carrasco así era de única, magnífica, irreal, peculiar y singular. El tiempo y la reflexión todo lo curan y tal ocurrió con la tonta y casi idealizaci­ón hecha de quien no era, ni por asomo, lo ingenuamen­te idealizado por todos los que la tratamos en aquella época de inocente juventud. Hoy no sucedería porque estamos curados de espanto, pero acaso entonces teníamos más fe, esperanza o caridad, ya no sé. Por pensarlo así que no quede.

Y tal y así se demostró en la alicaída alfombra roja de la pasada edición de los Oscar de Hollywood nada que ver con el relumbre de antaño de cuando las estrellas destetllab­an en la alfombra roja. Pero nos animó y renovó ilusión y esperanzas, en plena pandemia mundial, ver que Hollywood no pierde nunca su fuerza, ánimo, deslumbre y espíritu de un cine mejor y se vuelca, entrega, brilla y encandila con sus estrellas como en los mejores tiempos de la Meca del Cine cuando sus figuras nos hacían soñar sin necesidad de alzar la mirada al cielo. Qué es sino eso el cine: la ilusión permanente­mente renovada.

«Los que la conocimos y tratamos desde el día de su nacimiento la idealizamo­s, éramos así de incautos y caímos en nuestra propia trampa»

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