La Razón (Cataluña)

Pablo, contra una chica corriente

- Francisco Marhuenda

LosLos madrileños pueden estar tranquilos porque Iglesias, Monedero, Echenique, Montero, Belarra y el resto de su equipo limpiaron el jueves por la noche con lejía la Plaza Roja de Vallecas que había sido mancillada hacía unas semanas por la presencia de fascistas. Fue un esfuerzo enorme, aunque la oportunida­d lo merecía. Una noche sin dormir para hacer un gesto heroico. Habían dejado pasar unos días antes de dar el golpe de efecto de ir al barrio que consideran su gran bastión. Tras esta ironía fruto de imaginar el esfuerzo de los dirigentes de Podemos, surgidos de las clases acomodadas, el mesías de la izquierda podía mezclarse con el pueblo elegido. Es algo parecido a cuando los descamisad­os veían a Evita Perón, la mitificada primera dama argentina, o los rusos a Stalin, el «padrecito». En ese momento místico de comunión con el proletaria­do, que tiene que salvar de la pérfida derecha, sólo le faltó levitar. El gran intelectua­l de la izquierda moderna y transforma­dora ofreció una más de sus exquisitas intervenci­ones con voz bronca, descalific­aciones y argumentos trasnochad­os.

Es muy bueno que haya reconocido en una entrevista que tiene tics machistas, aunque considera que es un defecto que se deriva del mundo machista en el que creció. En este punto me he perdido porque creía que le criaron su madre, su tía y su abuela. Este reconocimi­ento explica su reacción contra Isabel Díaz Ayuso que es una chicha corriente, luchadora y que se ha abierto camino con gran esfuerzo en la vida. Es la vecina de tu escalera, la joven que está comprando en el supermerca­do o tu compañera en la universida­d. Es la protagonis­ta de un video de campaña vestida con un chándal normal, que no lleva unas zapatillas deportivas pijas y una ropa de diseño como si fuera a competir en los Juegos Olímpicos. En una sociedad de imposturas y palabras vacías es, simplement­e, una chica corriente lista e inteligent­e con ideas e ilusión. Los dos nacieron el mismo día y año, pero uno quiere salvar a los que dio la espalda para irse a una casa en Galapagar, mientras que la otra vive en un pequeño apartament­o y quiere gobernar Madrid para mejorar la calidad de vida de la gente corriente. Uno quiere ser Chávez, Maduro, Bolívar, Castro o Lenin y la otra no pretende erigirse en Thatcher, Reagan, Merkel o Churchill, sino seguir siendo la presidenta de la comunidad que es el motor de España.

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