Primero vinieron...
La discriminación es una semilla que, introducida en la tierra, difícilmente puede evitarse que germine, crezca y se desarrolle sin límite. La exclusión por raza, religión, sexo, nacionalidad, ideología política o por cualquier otro motivo ha escrito las páginas más negras de la historia de la humanidad. Y cuando esa segregación se ejerce impunemente desde la administración es todavía más peligroso porque busca su normalización. Que la Generalitat niegue la vacunación a un colectivo, en este caso, policías nacionales y guardias civiles, cuando, además de un derecho, es un deber, resulta una discriminación muy peligrosa porque mañana se la pueden negar a los negros, a las mujeres, a los niños, a los floristas, a los abogados o a los taxistas por una única razón: porque pueden. Que se haya tenido que acudir a la justicia para revertir esta marginación– y menos mal que le tocó a un juez con sentido común– define la anormalidad administrativa. Se entiende menos que, además de obligarles, no se les imponga algún tipo de castigo o pena política, administrativa o económica. Si a alguien le parece una anécdota, un hecho aislado o algo puntual y se muestra indiferente, que recuerde el poema del pastor luterano alemán Martin Niemöller, ante la indolencia de los alemanes, especialmente de los intelectuales, frente el horror nazi: «Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas, guardé silencio porque yo no era comunista. Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata. Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté porque yo no era sindicalista. Cuando vinieron a buscar a los judíos, no pronuncié palabra porque yo no era judío. Cuando finalmente vinieron a buscarme a mí, no había nadie más que pudiera protestar». Así que protestemos, aunque sea para evitar ser los próximos.