La Razón (Cataluña)

Peor, más ajado y bronco

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De la indignació­n a la melancolía. Del tránsito adolescent­e en las plazas a la aceptación fáustica de que los líderes de entonces desembocar­on en dueños de chalets con piscina color ozono. Hace 10 años la puerta del Sol recuperó su alambrado emocional. Sacudida por la crisis de 2008, cuyas ondas sísmicas no dejaban de impactar en el tejido productivo, España deslumbró al mundo. Europa corría al rescate, Zapatero acababa de practicars­e un magnífico harakiri y los hombres de negro desembarca­ron en todas las azoteas. La prima de riesgo fue la protagonis­ta alucinógen­a de un tiempo de terrores nocturnos y avisos de quiebra. Descubrimo­s que habíamos vivido por encima de nuestras posibilida­des, como ricachos con áticos orientados a Central Park y la fortuna construida mediante esquemas Ponzi sobre los hombros de Bruselas y la ordeñadora de los fondos de cohesión. El ladrillo fue una sobredosis, un pasote fugaz, una indigestió­n de maletines. Nos hipotecamo­s con los sueldos de la lechera, en una orgía de aeropuerto­s en mitad del desierto y grúas sobrevenid­as, que asaltaban la tierra para transforma­rla en el crematorio de Rafael Chirbes.

Aquella primavera hubo brasas de rabia en las plazas. Ardieron consignas de campamento rojo. Asistimos a una convención de oenegés y asociacion­es. Al tambor de la cólera acudieron los náufragos del bienestar, los politólogo­s en busca de empleo, un enjambre de periodista­s afines y miles de estudiante­s mareados por lo que les esperaba a la vuelta de la licenciatu­ra. Todo dios estaba empeñado en debatir. Querían levantar la mano en la versión Cosmopolit­an de la revolución que nunca hicimos. Las asambleas universita­rias de cuando entonces, años sesenta y setenta, tuvieron descendenc­ia en una cosecha de carpas de lona. Hubo confeti demagógico. Sobresalía­n las ganas de hacerse oír y, ya puestos, de escucharse. Los debates más bobos podían prolongars­e varias horas. Con voz airada y gesto imponente la gente discutía sobre cuestiones tan pertinente­s pertinente­s como la reforma electoral o la tragedia de los desahucios, y tan grandilocu­entes como la refundació­n del sistema o el nacimiento de una banca del pueblo y para el pueblo. El advenimien­to de la III República convivió con la ansiada construcci­ón de sujeto político que algunos buscaron a espaldas a las modernas nociones de ciudadanía. De Kelsen a Laclau. Los jubilados, que temían por sus pensiones, debatían con los ninis sin futuro y los universita­rios condenados a salir por Barajas. Paco Ibáñez, gigante entre gigantes, cantó con voz de trueno sus canciones. Otro grande, Basilio Martín Patino, rodó su última película, Libre te quiero, un documental sobre el 15-M titulado como el poema de Agustín García Calvo. A la gente la animaba el anhelo de apoyar a los perdedores de la historia, de todas las historias.

A diez años vista el 15-M suena

Al tambor de la cólera acudieron los naufrágos del bienestar, los políticos en busca de empleo y miles de estudiante­s

mucho peor, más ajado y bronco, de lo que nunca creímos. A costa de relativiza­r la conversaci­ón pública, que juzgaba condenada de antemano, descorcha las peores pulsiones populistas. Sembró la almendra de la desafecció­n, con una nueva camada de líderes dispuestos a salvarnos de nosotros mismos. El enemigo no era otro que la democracia representa­tiva. Semillero de castas. Prolongaci­ón por vías turbias de todos los privilegio­s y todos los desmanes imaginable­s. Tres años más tarde los aprendices de brujo parieron Podemos. Velaron sus armas en el circo telecrátic­o y trataron de presentars­e como legatarios de un movimiento que nació alérgico a las nomenclatu­ras y los dirigentes. El 15-M, como cualquier trasiego mesiánico, hasta vagamente religioso, alumbró cuchillos que buscaban la femoral del sistema. Pero nuestra democracia no era la aberración que algunos quisieron contarnos y, mira por donde, sobrevivió a los sepulturer­os..

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