Biden, ante su encrucijada en Oriente Próximo
Aumenta la presión sobre el presidente de Estados Unidos para que se involucre en el conflicto. «Israel tiene derecho a defenderse», ha reconocido el mandatario
EE UU ha ordenado la retirada de más de un centenar de militares de Israel. Al mismo tiempo el departamento de Estado aconseja a los estadounidenses que no viajen a Israel. El secretario de Defensa, Lloyd J. Austin, habló con su homólogo israelí, Benny Gantz, el 12. Según el secretario de prensa del Pentágono, John Kirby, «Austin transmitió el férreo apoyo al derecho legítimo de Israel a defenderse a sí mismo y a su pueblo, y condenó enérgicamente el lanzamiento de cohetes por parte de Hamas y otros grupos terroristas contra civiles israelíes. Reiteró la importancia de que todas las partes involucradas tomen medidas para restablecer la calma».
La crisis entre Israel y Palestina ha detonado las primeras grandes fisuras en el andamiaje de los demócratas. Los aliados más a la izquierda del presidente Joe Biden exigen entre bambalinas que EE UU condene el lanzamiento de misiles en Gaza. Pero el socio estratégico es Israel, claro, y como explicaba el columnista del «New York Times», Thomas L. Friedman, lo último que desea la Casa Blanca es tensar las relaciones con Tel Aviv en un momento especialmente delicado: están en marcha las complejísimas negociaciones para recuperar el acuerdo nuclear con Irán, que tantas suspicacias despierta en Israel. Al mismo tiempo el primer ministro, Benjamin Netanhayu, tiene su propia agenda judicial y política. Por decirlo como Friedman, la tensión le facilite forzar a los partidos más a la derecha a apoyarlo.
Biden, después de conversar con Netanyahu, mostró su «apoyo» al derecho que tiene Israel a defenderse. No lo tiene tan claro la congresista demócrata Ilhan Omar, que ha descrito los ataques aéreos israelíes como un «acto de terrorismo». «Los palestinos merecen protección», añadió. «Y a diferencia de Israel, los programas de defensa antimisiles, como la Cúpula de Hierro, no existen para proteger a los civiles palestinos». En su opinión resulta «inconcebible no condenar estos ataques». Otra representante del ala izquierda, la congresista por Michigan, Rashida Tlaib, escribió en Twitter que «tenía 7 años cuando recé por primera vez en Al Aqsa con mi hermana. Es un sitio sagrado para los musulmanes. Esto equivale a atacar la Iglesia del Santo Sepulcro para los cristianos o el Monte del Templo para los judíos. Israel lo ataca durante el Ramadán. ¿Dónde está la indignación?». La pregunta va dirigida a Biden.
Del lado palestino, por más que Hamas pretenda hacerse con la iniciativa, no parece haber nadie al mando. La violencia desencadenada tanto en Jerusalén como en Gaza parece responder a impulsos populares, completamente ajenos tanto a las disposiciones de los extremistas religiosos como a los designios de una Autoridad Palestina fuera de juego. En este contexto, la posibilidad de un conflicto prolongado, incluso de una nueva intifada, no parece beneficiar a ninguno de los poderes implicados.
Asunto distinto es el parecer de la calle, que combustiona a su aire. Finalmente, «a diferencia de las intifadas que comenzaron en 1987 y 2000», escribe Friedman, «cuando Israel tenía a alguien a quien llamar para intentar apagarlas, esta vez no hay ningún palestino al otro lado del teléfono, o, si lo hay, es un joven de 15 años en su móvil».
El departamento de Estado, entre tanto, no podría ser más gráfico respecto a la situación. En un comunicado aconseja reconsiderar «viajar a Israel debido al conflicto armado». «Los cohetes continúan impactando. Ha habido un marcado aumento de protestas y violencia en todo Israel. Los incidentes de violencia incluyen vandalismo, lanzamiento de piedras, quema de vehículos. Es posible que continúen las protestas y violencia». Por todo ello concluye que se trata de un entorno «peligroso y volátil», con «disparos esporádicos de morteros y las correspondientes respuestas militares».