La Razón (Cataluña)

Hacienda, regalos y afectos

- Marta Robles

En esta sociedad donde los compromiso­s cada vez cuestan más, aún son los lazos familiares los que siguen sirviendo de red a buena parte de los españoles. Somos latinos, no anglosajon­es, y para nosotros la familia es la familia: no solo pura tradición sino el gran tesoro con el que se puede soñar. Hechas las risas pertinente­s a través de las excepcione­s –la suegra y todos los tópicos– lo cierto es que aunque sea difícil llegar al momento del sí quiero, una vez que se logra proporcion­a una estabilida­d –dure lo que dure– no solo por los contrayent­es, sino por los allegados.

Un poco más allá de ellos andan los amigos, que a veces son como familia en este universo de afectos y seguridad que resulta tan importante. Bien, pues todos ellos, invitados siempre a las celebracio­nes más señaladas, bodas, bautizos, comuniones y demás, está en el ojo de Hacienda. Que quieran sin más no es cosa del fisco, pero que lo demuestren con regalos o dinero parece que sí, porque lo considera donaciones e implica tributar por ellos. Lo mismo da que sea dinero en un sobre –aunque no sea negro– que una transferen­cia, un reloj o una consola… Aunque Hacienda asegura que lo que quiere es controlar las irregulari­dades en las contrataci­ones del catering, peluquería y un largo etc, lo cierto es que hasta si el catering lo hace la prima y el peinado y maquillaje una amiga puede ocurrir que Hacienda piense que aquí hay quien paga bajo mano y se monte el lío. Aparte de ese afán recaudator­io que parece un atraco, resulta terrible pensar que el Estado quiera regular los objetos y los dineros que caben en las relaciones personales de los ciudadanos españoles. Al paso que va hasta querrá que se pague por los afectos. entre ellos.

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