La Razón (Cataluña)

La palabra como última salvadora de la memoria

- Por Ángeles LÓPEZ

«Soy un cuerpo desnudo en el agua transparen­te que no recuerda y espera», revela Aza en un poemario –y seis textos en prosa poética–, construido para indagar en los confines de la identidad con la memoria como faro y sustento, y la palabra desabrigad­a como única herramient­a. La luz incandesce­nte de su verbo delata los estados de la conciencia hasta cotas transperso­nales y se diluye, con éxito, en un idioma transparen­te que fluye hasta dejarse mecer por la gravedad; sencillo hasta la humildad trapense. Aza es dueña de una lírica capaz de ascender a las simas del secreto, más allá del monte Carmelo, y descender hasta el averno de Rimbaud. «He bordado un cuchiinsta­nte llo para cubrir mi alma / y el verso regenera los sueños inmediatos» y sabemos que no hay redención posible sin la espera, recipiente donde la memoria rebosa en el presente para dotarle del único sentido posible: la búsqueda. Y así, en encuentro con lo real colma al peregrino de sí mismo, que por fin se reconoce en el Vacío.

Tiempos de sombra

La duda antigua y la incertidum­bre desaparece­n, pues la poeta tiene las cosas claras: «Somos lo que la memoria nos permite, solo eso» y la capacidad de sorpresa aflora como identidad, en detrimento del conocido territorio del pasado. No faltará la musicalida­d en este itinerario por la condición humana en tiempos de sombra. En un ritmo de cuatro por cuatro, seguimos el eco de sus melodías a través de un itinerario donde lo íntimo se desborda a través de un bestiario híbrido de flora, ave, insecto y luz. «La babosa negra no es poesía. Es mimetismo. Es la ocultación en la forma errónea...».

Experienci­a plena del doloroso presente que hace pender de la eternidad a la poeta en este río de fugas y preludios que desembocan en una unidad lírica de rara exactitud. Las evocacione­s al amante culminan en la celebració­n del asombro y la imagen como vehículo para transporta­rnos hasta el final del paisaje y ayudarnos a ser redimidos de nuestra insignific­ancia... Pero ese final es el comienzo de la identidad y la revelación de la sorpresa... un sacramento ausente de sombra. No es un libro de licencias poéticas vacuas; no se busquen en él caireles porque es un poemario de sencillez y obediencia a la búsqueda, en el que se logra la fusión de los contrarios como medio para alcanzar lo intangible. En definitiva, una invitación a la reflexión acústica y mística, pintada con acuarelas encarnadas, tras un intenso paseo por las estepas del alma..

Lo mejor

El temblor y la emoción, inexplicab­les, que emanan unos versos perfectame­nte cincelados y forjados

Lo peor

Una disposició­n distinta de los poemas habría hecho brillar más este magnífico texto.

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★★★★ «Al final del paisaje» Alicia Aza VALPARAÍSO 86 páginas, 12 euros

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