La Razón (Cataluña)

«Los persas», la compasión del vencedor sobre el derrotado

Esquilo escribió una obra inaudita para su época. Una obra de teatro cuyo protagonis­ta era Jerjes, el hombre que destruyó Atenas

- POR JAVIER ORS

quien siente predilecci­ón o una debilidad inevitable hacia aquellas vidas inclinadas al aventureri­smo o agitadas por los tiempos revueltos. Una admiración comprensib­le desde estos tiempos presentes marcados por una relativa tranquilid­ad, al menos por los sosegados lares de Occidente. Esquilo fue uno de esos hombres de letras que se vio obligado a participar en los acontecimi­entos de su época. Un compromiso que quizá lo hizo con ánimo, predisposi­ción y gusto; quizá por civilizaci­ón y su herencia cultural, o quizá bufando y porque no le quedaba otra que afrontar con decisión lo que los dioses, entonces esta palabra era plural, habían puesto a los pies de su destino. Se sabe con certeza que el dramaturgo participó en la batalla de Maratón contra los persas, uno de esos enfrentami­entos en que el valor contradice la cantidad numérica. Muchos habrían dado de antemano la victoria a los persas, pero los griegos, que hicieron de la lógica y el razonamien­to el pilar de su ciencia y su filosofía, decidieron contradeci­r en aquella jornada todos sus principios y echarse al monte. Así que, con arrojo, una formación cerrada, lanzas y aprovision­ados de escudos, se lanzaron sobre los invasores procedente­s de Oriente. Lo que se presenció fue un hecho de armas que todavía reHay suena en Occidente. Fue una de esas matanzas que no caen en el olvido a pesar de los siglos. Y allí, en mitad del jaleo, desafiando a la muerte, se encontraba él, Esquilo. Lo que muchos desconocen es que el dramaturgo griego, además de jugarse el pellejo –en caso de que hubiera muerto, el teatro hubiera perdido textos hoy valiosísim­os–, no estaba solo en esa coyuntura.

Ensalzar al adversario

Combatiend­o a su lado tenía un hermano.Uno de esos hombres que vienen holgados de coraje y que acometen sin pestañear ni retroceder un paso lo que la suerte le tire encima. El chaval se batió con el denuedo de los que creen por lo que luchan y, con ese mismo espíritu de sacrificio, dejó su aliento, cuerpo y vida en medio del terreno. Muchos lo aclamaron como un héroe, alguien que había que ensalzar por su entrega. Esquilo, más adelante, participó en otra batalla determinan­te para Grecia: Salamina, de donde los persas tampoco salieron bien parados. Así que tenemos a un hombre con suficiente­s motivos para odiar y vengarse, pero que, en lugar de entregarse a esos instintos innobles, decidió elogiar a aquellos que arrebatasu

ron el resuello a su hermano. Dio al teatro un texto que todavía hoy pertenece a los grandes: «Los persas», pero que también supone un pilar a la dignidad, la compasión y los mejores valores que encarnan y deben ser representa­dos por el hombre. Atenas, que fue devastada por Jerjes, y que todavía contaba con centenares de veteranos de esos enfrentami­entos en sus calles, se rindió a la majestuosi­dad de un Esquilo que, además de escritor y de dramaturgo, supo reconocer que el adversario también tiene un rostro, que también es humano, como lo fue su hermano.

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Portada de 1580 de un libro que reúne todas las tragedias de Esquilo
«Los persas» Esquilo Portada de 1580 de un libro que reúne todas las tragedias de Esquilo

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