«Los persas», la compasión del vencedor sobre el derrotado
Esquilo escribió una obra inaudita para su época. Una obra de teatro cuyo protagonista era Jerjes, el hombre que destruyó Atenas
quien siente predilección o una debilidad inevitable hacia aquellas vidas inclinadas al aventurerismo o agitadas por los tiempos revueltos. Una admiración comprensible desde estos tiempos presentes marcados por una relativa tranquilidad, al menos por los sosegados lares de Occidente. Esquilo fue uno de esos hombres de letras que se vio obligado a participar en los acontecimientos de su época. Un compromiso que quizá lo hizo con ánimo, predisposición y gusto; quizá por civilización y su herencia cultural, o quizá bufando y porque no le quedaba otra que afrontar con decisión lo que los dioses, entonces esta palabra era plural, habían puesto a los pies de su destino. Se sabe con certeza que el dramaturgo participó en la batalla de Maratón contra los persas, uno de esos enfrentamientos en que el valor contradice la cantidad numérica. Muchos habrían dado de antemano la victoria a los persas, pero los griegos, que hicieron de la lógica y el razonamiento el pilar de su ciencia y su filosofía, decidieron contradecir en aquella jornada todos sus principios y echarse al monte. Así que, con arrojo, una formación cerrada, lanzas y aprovisionados de escudos, se lanzaron sobre los invasores procedentes de Oriente. Lo que se presenció fue un hecho de armas que todavía reHay suena en Occidente. Fue una de esas matanzas que no caen en el olvido a pesar de los siglos. Y allí, en mitad del jaleo, desafiando a la muerte, se encontraba él, Esquilo. Lo que muchos desconocen es que el dramaturgo griego, además de jugarse el pellejo –en caso de que hubiera muerto, el teatro hubiera perdido textos hoy valiosísimos–, no estaba solo en esa coyuntura.
Ensalzar al adversario
Combatiendo a su lado tenía un hermano.Uno de esos hombres que vienen holgados de coraje y que acometen sin pestañear ni retroceder un paso lo que la suerte le tire encima. El chaval se batió con el denuedo de los que creen por lo que luchan y, con ese mismo espíritu de sacrificio, dejó su aliento, cuerpo y vida en medio del terreno. Muchos lo aclamaron como un héroe, alguien que había que ensalzar por su entrega. Esquilo, más adelante, participó en otra batalla determinante para Grecia: Salamina, de donde los persas tampoco salieron bien parados. Así que tenemos a un hombre con suficientes motivos para odiar y vengarse, pero que, en lugar de entregarse a esos instintos innobles, decidió elogiar a aquellos que arrebatasu
ron el resuello a su hermano. Dio al teatro un texto que todavía hoy pertenece a los grandes: «Los persas», pero que también supone un pilar a la dignidad, la compasión y los mejores valores que encarnan y deben ser representados por el hombre. Atenas, que fue devastada por Jerjes, y que todavía contaba con centenares de veteranos de esos enfrentamientos en sus calles, se rindió a la majestuosidad de un Esquilo que, además de escritor y de dramaturgo, supo reconocer que el adversario también tiene un rostro, que también es humano, como lo fue su hermano.