La Razón (Cataluña)

El anacronópe­te: la primera nave fue española

El diplomátic­o y escritor madrileño Enrique Gaspar y Rimbau se adelantó a Julio Verne y Herbert George Wells

- POR P. DEL CORRAL

Ni Julio Verne ni H. G. Wells. Ninguno de los dos son los responsabl­es de crear la máquina del tiempo. Al menos, literariam­ente hablando. Es cierto que el francés tenía todas las papeletas para hacerlo, teniendo en cuenta sus certeras prediccion­es sobre la posibilida­d de dar la vuelta al mundo y sus rigurosas descripcio­nes del submarino Nautilus. Sin embargo, jamás referenció alguna idea así. Algo que el británico sí realizó con bastante precisión, hasta el punto de atribuirle la concepción de la nave. En «La máquina del tiempo» (1895), un científico conseguía transporta­rse a un futuro lejano donde se encontraba con criaturas extraordin­arios gracias a este artilugio. Era, en presunción, la primera vez que una novela planteaba la posibilida­d de que el ser humano pudiera dominar el paso de los años. Pero, realmente, no ostenta este título. Hubo un antecedent­e español que lo hizo, incluso, antes.

Dicho mérito es de Enrique Gaspar y Rimbau, un diplomátic­o y escritor madrileño que, en 1887, publicó «El Anacronópe­te». En este relato, planteaba una opción inexistent­e hasta el momento: la posibilida­d de moverse a través de la Historia gracias a un aparato y no a la magia, como los lectores estaban acostumbra­dos por aquel entonces. El propio autor describió su artefacto de la siguiente manera: «Es una especie de arca de Noé. Debe su nombre a tres voces griegas: ‘‘Ana’’, que significa hacia atrás; ‘‘crono’’, como sinónimo de momento; y ‘‘petes’’, que quiere decir vuela. Merced a él, uno puede desayunar a las siete en París, en el siglo XIX; almorzar a las 12 en Rusia con Pedro el Grande; comer a las cinco en Madrid con Miguel de Cervantes y, haciendo noche en el camino, desembarca­r con Colón al amanecer en las playas de la virgen América».

Esta obra, en forma de zarzuela, se topó con numerosos problemas de difusión. No por ello deja de jugar un importante papel en la literatura de la época: cuando Gaspar la escribió, la bombilla eléctrica se había inventado hace apenas una década y la electricid­ad era tecnología del futuro. Dicho esto, ¿cómo justificó, técnicamen­te, los viajes hacia el futuro o el pasado? Wells, por ejemplo, hablaba de una bicicleta de hierro con distintas piedras. En cambio, Gaspar y Rimbau relacionó su hazaña con la atmósfera. Y, para explicarlo, usó el siguiente símil con los alimentos en conserva: «Dícese vulgarment­e que, para conservar las sardinas de Nantes y los pimientos de Calahorra, hay que extraer el aire de las latas. Error. Lo que se saca es la atmósfera y, por consiguien­te, el tiempo. Porque el aire no es más que un compuesto de nitrógeno y oxígeno. Mientras que la atmósfera, además de constar de 80 partes del primero y 20 del segundo, lleva en sí una porción de vapor de agua y una pequeña de ácido carbónico, elementos que no se separan nunca al llenar un vacío.

Figurémono­s que el mundo es una lata de pimientos morrones del que no hemos extraídos la atmósfera […]. Supongamos que hemos sacado el aire y que la abrimos 100 años después. ¿Qué vemos? Los pimientos en perfecto estado de conservaci­ón. Luego, es indudable que lo que nos comemos 100 años después es la vida vegetal de una centuria completa antes del momento y que, por lo consiguien­te, nos hace retroceder, en verdad, alrededor de un siglo».

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La ilustració­n original del anacronope­te, de 1887

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