La Razón (Cataluña)

Álvaro Robles: a los Juegos con la fuerza mental de Nadal

Del mismo barrio que Carolina Marín y admirador del tenista y de Sergio Ramos, se ha clasificad­o para Tokio dando una exhibición de cómo ser mejor en los momentos difíciles

- POR FRANCISCO MARTÍNEZ MADRID

Álvaro Robles logró el último punto ante el ruso Sidorenko en el partido decisivo del preolímpic­o y brincó, pero después miró de reojo el resultado, lo que despertó una sonrisa, desde la distancia, en el psicólogo Pablo del Río, que forma parte de su equipo de trabajo. «Hablé con él y me dijo: “Pablo, he estado tan concentrad­o que cuando he saltado me he vuelto para ver el marcador por si me había equivocado», cuenta Del Río. «Y esa es muy buena señal», añade. Todo lo que habían hablado dio sus frutos. El jugador onubense de tenis de mesa se clasificó para los Juegos de Tokio y atrás quedó la presión, de los últimos días y de mucho más allá. «La semana del preolímpic­o cada día me quedaba dormido pasadas las dos. Lo combatí con un buen libro, “La bruma verde”. La presión era tan grande que la cabeza iba por libre», explica Álvaro. En realidad, la lucha por ser olímpico es la historia de un sueño que ha perseguido toda la vida y que ha podido cumplir. Ya lo pasó mal antes de la pandemia, cuando, en 2020, estaba en la misma situación que en 2021. «El confinamie­nto fue duro, pero también me ayudó a reflexiona­r porque estaba pasando un momento de mucha presión por las olimpiadas y no estaba sabiendo gestionarl­o», admite. Esos meses de encierro estuvo jugando en casa contra un robot que le mandaron que le tiraba bolas y bolas y le sirvió «para no perder el toque».

Álvaro ha dado muchas vueltas hasta tocar la gloria en un deporte en el que tampoco tenía demasiados referentes. «Al final siempre me inspiro en deportista­s como Rafa Nadal, que para mí tiene la mejor cabeza de la historia del deporte, Sergio Ramos o Carolina Marín. Carolina, ahora más. Es del mismo barrio que yo, de pequeño no la conocía personalme­nte, pero sí que me la había cruzado, y ahora cada vez que me la encuentro por la Blume podemos charlar un rato. En mi deporte también tengo referentes como Carlos Machado o Alfredo Carneros», afirma. Empezó a jugar con nueve años en Huelva siguiendo los pasos de su hermano y de ahí pasó a un centro de tecnificac­ión en Priego de Córdoba, a San Sebastián de los Reyes, en Madrid, y a Alemania, que le creó una personalid­ad. «Tiene una mentalidad muy alemana, a veces exagerada, en cuanto a orden, disciplina, y eso le va bien, pero él estuvo tiempo allí como sparring y eso le hacía tener demasiado respeto por los adversario­s y hemos tenido que ir ganando en confianza. Cuando él fue reconocién­dose a sí mismo ha subido su nivel», asegura su psicólogo. Las dudas siguieron hasta justo antes del preolímpic­o, cuando incluso llegar en forma parecía un problema. «Le decía: “No puedes pensar: Estoy fenomenal, ahora no puedo perder”. Pues claro que sí, si no haces lo que tienes que hacer. Hemos intentado desdramati­zar la derrota», prosigue De Río. Con la pala en la mano el miedo se combatió porque estaba trabajado: se habían centrado en visualizar y jugar con situacione­s adversas para saber cómo reaccionar cuando llegaran. Y tuvo unas cuantas, como cinco puntos de partido en contra en la final. «Él sabía que tenía que estar pensando en el rendimient­o, la estrategia, olvidarse del marcador, pero es muy difícil», insiste Del Río. Nadie hace eso mejor que Nadal, pero Álvaro estuvo a la altura. Es complicado dar de lado el resultado porque es lo que marca lo que uno siente. «Estamos felices, pero si una bolita se queda a este lado, el trabajo es el mismo, pero la sensación hubiera sido de frustració­n», expresa el psicólogo. La bola entró y Álvaro ya puede gritar que es olímpico.

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RFETM Álvaro Robles, a punto de hacer un saque durante uno de los partidos del preolímpic­o

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