La Razón (Cataluña)

¿Debemos sacar del armario sí o sí a Rosa Bonheur?

- Concha García

RosaRosa Bonheur, en época de cabellos arreglados, corsés y mujeres domésticas, llevaba el pelo muy corto, vestía pantalones, hablaba sin tapujos y se liaba sus propios cigarrillo­s. Alejada de fogones y pegada a los lienzos, cada seis meses, renovaba un permiso en la gendarmerí­a para poder acceder a hipódromos o mercados de caballos –lugares de entrada prohibida a las mujeres–, y así poder pintar con su maestría a los animales y domadores. Era una mujer que iba de frente. Una pintora fundamenta­l que dejó huella en el siglo XIX a través de sus profundos paisajes y retratos de animales, que desafió a las expectativ­as de género género y que se convirtió en ejemplo gracias a sus técnicas pictóricas. Ahora, tras ser celebrada en vida y después olvidada, se ha preparado –al fin– una exposición que rompe con un siglo de silencio: el Musée D’Orsay ofrece hasta el 15 de enero «Rosa Bonheur (1822-1899)», la primera gran retrospect­iva de la pintora en más de 100 años. Se recupera y redescubre así a una mujer libre y reconocida en un siglo encorsetad­o, que se convirtió en modelo a seguir en la independen­cia femenina. Una exhibición que muestra la agilidad de Bonheur a la hora de estudiar, captar y trazar la anatomía y psicología animal, plasmando su vitalidad y su «alma». Y una muestra en la que, cómo no, se pone el foco en la sexualidad de Bonheur, algo que suele desafiar con eclipsar su talento y obra. ¿Qué importa con quién se acostara la artista, si lo que merece de admiración y reconocimi­ento fue su pintura?

A raíz de la exposición, se ha vuelto a ese afán de sacar a la artista del armario, a debatir y especular sobre la sexualidad de quien nació hace doscientos años. Si bien en el catálogo de la muestra se lee que Bonheur «se convirtió en un poderoso símbolo de la emancipaci­ón de las lesbianas», Katherine Brault, actual propietari­a del castillo de Bonheur, asegura que no hay pruebas de esta homosexual­idad. Unas afirmacion­es que se alejan de lo que realmente interesa, su arte, y ante lo que cabría responder lo que la artista dijo en una entrevista: «Me caso con el arte. Él es mi marido, mi mundo, mi sueño de vida. No siento nada más, no pienso nada más».

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Rosa Bonheur, retratada en 1893 en su estudio por el artista Georges Achille-Fould

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