La Razón (Cataluña)

Isaki Lacuesta reimagina lo que se quebró en Bataclan

«Un año, una noche» adapta el relato literario de Ramón González, presente en la sala de conciertos parisina en la noche del atentado

- Matías G. Rebolledo.

EsEs difícil contestar, porque cada pregunta devuelve una nueva. ¿Qué se acaba, realmente, cuando se acaba el amor? El yo en el otro, según Cernuda. La piedad, si atendemos a la canción de Mon Laferte. Pero, ¿qué se pierde, en verdad, cuando uno está a punto de perder la vida? ¿Qué se rompe cuando somos consciente­s de nuestra fragilidad? Con exquisita sensibilid­ad, Isaki Lacuesta dirige «Un año, una noche», adaptación del relato en primera persona de Ramón González, presente en el atentado de la sala Bataclan, sobre las ruinas emocionale­s del trauma.

« En el libro encontré un montón de cosas que los medios de comunicaci­ón, por el ritmo, no pueden transmitir. Las vidas personales, las vidas íntimas. Y la violencia del momento a momento, el escenario, los camerinos, esa lucha por la superviven­cia. Eso me impactó mucho y me hacía sentir mucha responsabi­lidad. Pero ahí fue cuando viajamos a conocer a Ramón y a Mariana, su pareja. Ahí me di cuenta de que había una película, porque entendí que no se trataba tanto de hacer una película sobre Bataclán o el terrorismo, sino de hacer un retrato del duelo», explica convencido Lacuesta. Y sigue: «Podíamos hablar de lo muy concreto, retratar los detalles personales. Y, sobre todo, narrarlo desde las dos perspectiv­as de ellos, tan distintas. Uno había reaccionad­o deseando cambiar su vida, y la otra diciendo que no permitiría que los terrorista­s afectaran su vida. Ahí había cine y podíamos asirnos a ello», añade.

Con un montaje vertiginos­o, que nos pierde por momentos en el laberinto de recuerdos -reales y

falsos- de la pareja, «Un año, una noche», además de una demostraci­ón de poderío de sus protagonis­tas, Nahuel Pérez Biscayart y Noémie Mérlant, y de buen pulso de su director, es un rompecabez­as sobre la imagen que estamos dispuestos a componer de nosotros mismos. Un estudio pragmático sobre la condición , lastimosa o no, de víctima y su aceptación, casi: «Ellos odian la palabra supervivie­nte y nos piden expresamen­te que no la usemos en la película. Conozco a personas que, en su día y cuando el Estado francés les ofreció acogerse al estatuto de víctimas lo rechazaron. He filmado mucho sobre ETA, y me he dado cuenta de que desde los medios y desde la política se tiende a hablar de las víctimas como un colectivo homogéneo, cuando eso no puede ser así. Si no entendemos eso, los cuidados no funcionan», matiza vehemente Lacuesta.

Tragedia en tres frentes

De preciosa factura y alejada de lo espectacul­ar, gracias también a un trabajo en la fotografía de Irina Lubtchansk­y que por momentos pierde toda la profundida­d de campo para encontrar a los personajes solo en sí mismos, la película lidiaba a priori con tres frentes que Lacuesta tenía claro cómo afrontar: «La primera decisión fue no caer en el fuera de campo timorato de cine de autor. Porque no correspond­ía a lo que nos contaban ellos y a su experienci­a. Había que mostrar Bataclan. El libro comienza describien­do el tiroteo. No quería mostrar, eso sí, a los terrorista­s. No sé cómo hacerlo sin que sea obsceno, así que recurrí a los ojos de Nahuel», precisa el realizador, que también responde acerca de la mirada femenina -escribe de nuevo el guion junto a Isa Campo- y al componente racial que cruzan el filme: «En el fondo, Ramón hace su catarsis al principio y es ella la que debe girar dramáticam­ente más fuerte. Noémie (Mérlant) me propuso una cosa que nunca había hecho, trabajar con una coreógrafa. Además del trabajo de mesa, hacerlo también sin palabras, solo con el cuerpo. Estuvimos ensayando cómo caminaban, cómo se ponían las mantas térmicas, cómo dormían, cómo reaccionab­an incluso al contacto ajeno. Y, hostia, fue una de las cosas más constructi­vas de la película para mí. Sus parpadeos, los espasmos, las formas de caminar… Fue increíble. Y, por supuesto, había que hablar de ese miedo al racismo que llegó a consumir a muchos de los que estaban allí esa noche», completa sereno antes de despedirse.

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Noémie Merlant (dcha.) y Nahuel Pérez Biscayart son una pareja afectada por el atentado

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